La lucha de nuestros pueblos por la autodeterminación nacional y la construcción de una genuina democracia será ardua y prolongada, y en América Latina, región prioritaria para el imperialismo, tendrán lugar los combates decisivos.
En el análisis histórico que hace Atilio Borón en su libro América Latina en la geopolítica del imperialismo, coincido con él en torno al impacto genocida y etnocida de la conquista ibérica en nuestro subcontinente, la cual –afirma– “arrasó y destruyó las viejas formaciones sociales y estableció un nuevo tipo histórico de sociedad, creando una nueva y contradictoria identidad y, al mismo tiempo, produciendo un trauma que cinco siglos más tarde todavía está a flor de piel”. No obstante, no estoy de acuerdo con su opinión de la obra de Octavio Paz, El laberinto de la soledad, que califica de “notable”, cuando, en realidad, y en su momento, fue considerada un ejemplo de extrapolación y reduccionismo psicologista. Incluso se comentaba que Paz, como historiador y antropólogo, era muy buen poeta.
Muy importante es el tema de la militarización de la política exterior de Estados Unidos y su impacto en América Latina, que tiene su contrapartida al interior de la metrópoli imperialista, con el recorte de los derechos civiles y las libertades ciudadanas. Es demostrativo que para 2010 el gasto militar de ese país superaba el de todos los países del planeta. Asimismo, el número de bases militares en al menos 128 naciones ascendía en 2011 a mil 180, a las que hay que agregar las más de 4 mil bases en el territorio estadunidense y las pequeñas bases secretas llamadas nenúfares. América Latina y el Caribe se encuentran rodeados de bases militares y la IV Flota ha sido reactivada.
Sus objetivos más inmediatos son derrocar a los gobiernos progresistas (Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador) y controlar el acceso a las enormes riquezas concentradas en la región para mantener su irracional y despilfarrador patrón de consumo. Esta militarización también tiene su contrapartida en la fuerte tendencia hacia la criminalización de la protesta social en los países del área.
Son muy convincentes las posiciones del autor en torno a la polémica entre pachamamismo y extractivismo, a partir de la constatación del grave problema que enfrenta la humanidad con la destrucción de los ecosistemas. Atilio expone objetivamente los duros reproches a los gobiernos progresistas de la región, desde la izquierda, que cuestionan su extractivismo y paralelamente cita a Evo Morales preguntando: “¿Y de qué va a vivir Bolivia si no explota sus recursos naturales? ¿Cómo superaremos un retraso que viene de siglos si carecemos de los más elementales recursos para invertir en desarrollo social?”
Frente a estas contradictorias perspectivas, el autor opina que el pachamamismo como política radical de conservación de la naturaleza, de su práctica intangibilidad, coloca a los gobiernos de izquierda y centroizquierda ante un callejón sin salida. Afirma que la crítica al pachamamismo, considerado inviable, no debe ser interpretada como un aval al extractivismo, difícilmente soslayable en el corto plazo, aun para los gobiernos de izquierda. Sostiene que no es posible defender los derechos de la Madre Tierra sin que al mismo tiempo se elabore un argumento teórico y práctico acerca de la necesidad histórica de fundar una nueva sociabilidad inequívocamente poscapitalista. Aduce, con razón, que se propone una crítica abstracta al desarrollo para quedar luego en silencio a la hora de explicitar lo que sería la “alternativa al desarrollo”. Así, para el autor, la única opción que aparece en el horizonte es una revolución anticapitalista, al mismo tiempo que resalta los enormes riesgos que implica asumir posturas de “dogmática intransigencia” que hacen caso omiso de las enormes dificultades que conlleva la creación de un nuevo orden económico, político y social.
Estando de acuerdo con estas posiciones, aplicables en aquellos casos en los que realmente se están haciendo esfuerzos por generar trasformaciones que conlleven la construcción de poder popular, no resultan igualmente categóricas cuando se trata de analizar proyectos específicos, como, por ejemplo, el del complejo hidroeléctrico Belo Monte, que tanto Lula como Dilma han apoyado en sus respectivas presidencias, y que ocasionaría la destrucción del hábitat de etnias y ecosistemas localizados en el río Xingú, en el estado de Pará, proyecto, por cierto, que serviría principalmente para subsidiar con energía a las empresas privadas dedicadas a la exportación de aluminio. ¿Qué pensar del proyecto inconsulto de un canal en Nicaragua, que traería también graves consecuencias ambientales, políticas, étnicas y sociales?
Me parecen muy acertadas las menciones del autor a lo largo de la obra acerca del papel de México como gendarme territorial de Estados Unidos y como facilitador del saqueo de los recursos naturales y estratégicos, a través del TLC, ASPAM y la Iniciativa Mérida. Sus referencias acerca de la desintegración nacional y la violencia desatada a escala desconocida desde la Revolución de 1910, por el control del narcotráfico de amplios territorios de la República, son muy importantes para conocer la naturaleza delincuencial del Estado mexicano, profundamente penetrado por el crimen organizado. Coincido con recalcar el papel del gobierno de México como parte del corredor contrainsurgente o reaccionario para contrabalancear el influjo de la izquierda, radical o moderada, sobre la vertiente del Pacífico. También es significativa su referencia acerca de la penetración de la CIA, la DEA y la FBI, y de las fuerzas armadas estadounidenses en México, destacando que militares y policías están al servicio de la “seguridad nacional” de Estados Unidos.
En sus palabras finales advierte que la lucha de nuestros pueblos por la autodeterminación nacional y la construcción de una genuina democracia será ardua y prolongada, y en América Latina, región prioritaria para el imperialismo, tendrán lugar los combates decisivos. El autor asegura que en la hora actual debemos estar preparados para lo que algunos especialistas llaman “el escenario del peor caso”. Sostiene que “nos espera una cruenta lucha que se librará en varios frentes: el político, el militar, el económico y también el ideológico”. El libro reseñado, sin duda, es un instrumento imprescindible para esta lucha.
FUENTE: TELESUR
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