Blog_CubaSigueLaMarcha

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viernes, 24 de noviembre de 2017

“El Fidel que conocí”, por Ignacio Ramonet



El Fidel que conocí. Por Ignacio Ramonet 



Fidel ha muerto, pero es inmortal. Pocos hombres  conocieron la gloria de entrar vivos en la leyenda y en la historia. Fidel es uno de ellos. Perteneció a esa generación de insurgentes míticos – Nelson Mandela, Patrice Lumumba, Amilcar Cabral, Che Guevara, Camilo Torres, Turcios Lima, Ahmed Ben Barka – que, persiguiendo un ideal de justicia, se lanzaron, en los años 1950, a la acción política con la ambición y la esperanza de cambiar un mundo de desigualdades y de discriminaciones, marcado por el comienzo de la guerra fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos.

En aquella época, en más de la mitad del planeta, en Vietnam, en Argelia, en Guinea-Bissau, los pueblos oprimidos se sublevaban. La humanidad aún estaba entonces, en gran parte, sometida a la infamia de la colonización. Casi toda África y buena porción de Asia se encontraban todavía dominadas, avasalladas por los viejos imperios occidentales. Mientras las naciones de América latina, independientes en teoría desde hacía siglo y medio, seguían explotadas por privilegiadas minorías, sometidas a la discriminación social y étnica, y a menudo marcadas por dictaduras cruentas, amparadas por Washington.
Fidel soportó la embestida de nada menos que diez presidentes estadounidenses (Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo). Tuvo relaciones con los principales líderes que marcaron el mundo después de la Segunda Guerra mundial (Nehru, Nasser, Tito, Jrushov, Olaf Palme, Ben Bella, Boumedienne, Arafat, Indira Gandhi, Salvador Allende, Brezhnev, Gorbachov, François Mitterrand, Juan Pablo II, el rey Juan Carlos, etc.). Y conoció a algunos de los principales intelectuales y artistas de su tiempo (Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Arthur Miller, Pablo Neruda, Jorge Amado, Rafael Alberti, Guayas amín, Cartier-Bresson, José Saramago, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Noam Chomsky, etc.).
Bajo su dirección, su pequeño país (100 000 km2, 11 millones de habitantes) pudo conducir una política de gran potencia a escala mundial, echando hasta un pulso con Estados Unidos cuyos dirigentes no consiguieron derribarlo, ni eliminarlo, ni siquiera modificar el rumbo de la Revolución cubana. Y finalmente, en diciembre de 2014, tuvieron que admitir el fracaso de sus políticas anticubanas, su derrota diplomática e iniciar un proceso de normalización que implicaba el respeto del sistema político cubano.
En octubre de 1962, la Tercera Guerra Mundial estuvo a punto de estallar a causa de la actitud del gobierno de Estados Unidos que protestaba contra la instalación de misiles nucleares soviéticos en Cuba. Cuya función era, sobre todo, impedir otro desembarco militar como el de Playa Girón (bahía de Cochinos) u otro directamente realizado por las fuerzas armadas estadounidenses para derrocar a la revolución cubana.
Desde hace más de 50 años, Washington (a pesar del restablecimiento de relaciones diplomáticas) le impone a Cuba un devastador embargo comercial -reforzado en los años 1990 por las leyes Helms-Burton y Torricelli- que obstaculiza su desarrollo económico normal. Con consecuencias trágicas para sus habitantes. Washington sigue conduciendo además una guerra ideológica y mediática permanente contra La Habana a través de las potentes Radio “Martí” y TV “Martí”, instaladas en La Florida para inundar a Cuba de propaganda como en los peores tiempos de la guerra fría.
Por otra parte, varias organizaciones terroristas – Alpha 66 y Omega 7 – hostiles al régimen cubano, tienen su sede en La Florida donde poseen campos de entrenamiento, y desde donde enviaron regularmente, con la complicidad pasiva de las autoridades estadounidenses, comandos armados para cometer atentados. Cuba es uno de los países que más víctimas ha tenido (unos 3 500 muertos) y que más ha sufrido del terrorismo en los últimos 60 años.
Ante tanto y tan permanente ataque, las autoridades cubanas han preconizado, en el ámbito interior, la unión a ultranza. Y han aplicado a su manera el viejo lema de San Ignacio de Loyola: “En una fortaleza asediada, toda disidencia es traición.” Pero nunca hubo, hasta la muerte de Fidel, ningún culto de la personalidad. Ni retrato oficial, ni estatua, ni sello, ni moneda, ni calle, ni edificio, ni monumento con el nombre o la figura de Fidel, ni de ninguno de los líderes vivos de la Revolución.
Cuba, pequeño país apegado a su soberanía, obtuvo bajo la dirección de Fidel Castro, a pesar del hostigamiento exterior permanente, resultados excepcionales en materia de desarrollo humano: abolición del racismo, emancipación de la mujer, erradicación del analfabetismo, reducción drástica de la mortalidad infantil, elevación del nivel cultural general… En cuestión de educación, de salud, de investigación médica y de deporte, Cuba ha obtenido niveles que la sitúan en el grupo de naciones más eficientes.
Su diplomacia sigue siendo una de las más activas del mundo. La Habana, en los años 1960 y 1970, apoyó el combate de las guerrillas en muchos países de América Central (El Salvador, Guatemala, Nicaragua) y del Sur (Colombia, Venezuela, Bolivia, Argentina). Las fuerzas armadas cubanas han participado en campañas militares de gran envergadura, en particular en las guerras de Etiopía y de Angola. Su intervención en este último país se tradujo por la derrota de las divisiones de élite de la Republica de África del Sur, lo cual aceleró de manera indiscutible la caída del régimen racista del apartheid.
La Revolución cubana, de la cual Fidel Castro era el inspirador, el teórico y el líder, sigue siendo hoy, gracias a sus éxitos y a pesar de sus carencias, una referencia importante para millones de desheredados del planeta. Aquí o allá, en América latina  y en otras partes del mundo, mujeres y hombres protestan, luchan y a veces mueren para intentar establecer regímenes inspirados por el modelo cubano.
La caída del muro de Berlín en 1989, la desaparición de la Unión soviética en 1991 y el fracaso histórico del socialismo de Estado no modificaron el sueño de Fidel Castro de instaurar en Cuba una sociedad de nuevo tipo, más justa, más sana, mejor educada, sin privatizaciones ni discriminaciones de ningún tipo, y con una cultura global total.
Hasta la víspera de su fallecimiento a los 90  años, seguía movilizado en defensa de la ecología y del medio ambiente, y contra la globalización neoliberal, seguía en la trinchera, en primera línea, conduciendo la batalla por las ideas en las que creía y a las cuales nada ni nadie le hizo renunciar.
En el panteón mundial consagrado a aquellos que con más empeño lucharon por la justicia social y que más solidaridad derrocharon en favor de los oprimidos de la Tierra, Fidel Castro – le guste o no a sus detractores –  tiene un lugar reservado.
Lo conocí en 1975 y conversé con él en múltiples ocasiones, pero, durante mucho tiempo, en circunstancias siempre muy profesionales y muy precisas, con ocasión de reportajes en la isla o la participación en algún congreso o algún evento. Cuando decidimos hacer el libro “Fidel Castro. Biografía a dos voces” (o “Cien horas con Fidel”), me invitó a acompañarlo durante días en diversos recorridos. Tanto por Cuba (Santiago, Holguín, La Habana) como por el extranjero (Ecuador). En coche, en avión, caminando, almorzando o cenando, conversamos largos. Sin grabadora. De todos los temas posibles, de las noticias del día, de sus experiencias pasadas y de sus preocupaciones presentes. Que yo reconstruía luego, de memoria, en mis cuadernos. Luego, durante tres años, nos vimos muy frecuentemente, al menos varios días, una vez por trimestre.
Descubrí así un Fidel íntimo. Casi tímido. Muy educado. Escuchando con atención a cada interlocutor. Siempre atento a los demás, y en particular a sus colaboradores. Nunca le oí una palabra más alta que la otra. Nunca una orden. Con modales y gestos de una cortesía de antaño. Todo un caballero. Con un alto sentido del pundonor. Que vive, por lo que pude apreciar, de manera espartana. Mobiliario austero, comida sana y frugal. Modo de vida de monje-soldado.
Su jornada de trabajo se solía terminar a las seis o las siete de la madrugada, cuando despuntaba el día. Más de una vez interrumpió nuestra conversación a las dos o las tres de la madrugada porque aún debía participar en unas “reuniones importantes”… Dormía sólo cuatro horas, más, de vez en cuando, una o dos horas en cualquier momento del día.
Pero era también un gran madrugador. E incansable. Viajes, desplazamientos, reuniones se encadenaban sin tregua. A un ritmo insólito. Sus asistentes – todos jóvenes y brillantes de unos 30 años – estaban, al final del día, exhaustos. Se dormían de pie. Agotados. Incapaces de seguir el ritmo de ese infatigable gigante.
Fidel reclamaba notas, informes, cables, noticias, estadísticas, resúmenes de emisiones de televisión o de radio, llamadas telefónicas… No paraba de pensar, de cavilar. Siempre alerta, siempre en acción, siempre a la cabeza de un pequeño Estado mayor – el que constituían sus asistentes y ayudantes – librando una batalla nueva. Siempre con ideas. Pensando lo impensable. Imaginando lo inimaginable. Con un atrevimiento mental espectacular.
Una vez definido un proyecto. Ningún obstáculo lo detenía. Su realización iba de sí. “La intendencia seguirá” decía Napoleón. Fidel igual. Su entusiasmo arrastraba la adhesión. Levantaba las voluntades. Como un fenómeno casi de magia, se veían las ideas materializarse, hacerse hechos palpables, cosas, acontecimientos.
Su capacidad retórica, tantas veces descrita, era prodigiosa. Fenomenal. No hablo de sus discursos públicos, bien conocidos. Sino de una simple conversación de sobremesa. Fidel era un torrente de palabras. Una avalancha. Que acompañaba la prodigiosa gestualidad de sus finas manos.
La gustaba la precisión, la exactitud, la puntualidad. Con él, nada de aproximaciones. Una memoria portentosa, de una precisión insólita. Apabullante. Tan rica que hasta parecía a veces impedirle pensar de manera sintética. Su pensamiento era arborescente. Todo se encadenaba. Todo tenía que ver con todo. Digresiones constantes. Paréntesis permanentes. El desarrollo de un tema le conducía, por asociación, por recuerdo de tal detalle, de tal situación o de tal personaje, a evocar un tema paralelo, y otro, y otro, y otro. Alejándose así del tema central. A tal punto que el interlocutor temía, un instante, que hubiese perdido el hilo. Pero desandaba luego lo andado, y volvía a retomar, con sorprendente soltura, la idea principal.
En ningún momento, a lo largo de más de cien horas de conversaciones, Fidel puso un límite cualquiera a las cuestiones a abordar. Como intelectual que era, y de un calibre considerable, no le temía al debate. Al contrario, lo requería, lo estimulaba. Siempre dispuesto a litigar con quien sea. Con mucho respeto hacia el otro. Con mucho cuidado. Y era un discutidor y un polemista temible. Con argumentos a espuertas. A quien solo repugnaban la mala fe y el odio.
* Ignacio Ramonet.  Director de Le Monde diplomatique España.
Fuentes:

Un año sin Fidel. Las bases de nuestro patriotismo [+Fotos]


Las bases de nuestro patriotismo / por  Enrique Ubieta Gómez

Ningún otro marxista latinoamericano fue más hondamente martiano que Fidel Castro

A fines del siglo XIX era ya inimaginable una Revolución social auténtica que no ubicase sus sueños de redención en el ser humano, una atalaya que desborda los límites de la raza y la nación. La democracia griega excluía a los esclavos y a las mujeres y –sin extenderme en ejemplos de otras épocas– los ideólogos de la Revolución burguesa se desentendían, además, de los pueblos colonizados. Pero ni estos, ni los obreros y campesinos de las metrópolis podían emanciparse sin una concepción humanista que abarcara a todos, incluso a los explotadores y a los colonizadores. Cuando Napoleón Bonaparte aceptó, ante la beligerancia de los insurgentes, la abolición de la esclavitud en la colonia de Saint Domingue y solo en ella, Toussaint Louverture, un negro analfabeto que había sido esclavo protestó:
«Lo que queremos no es una libertad de circunstancia concedida a nosotros solos –dijo con sagacidad política, ajeno a cualquier postura pragmática y «realista»–, lo que queremos es la adopción absoluta del principio de que todo hombre nacido rojo, negro o blanco no puede ser la propiedad de su prójimo. Hoy somos libres porque somos los más fuertes. El Cónsul mantiene la esclavitud en la Martinica y en la isla Bourbon; por tanto seremos esclavos cuando él sea el más fuerte».
En 1871 José Martí, con apenas 18 años de edad, denunciaba la ceguera de los herederos del iluminismo que defendían en España los derechos que negaban en sus colonias:
«(…) hasta los hombres que sueñan con la federación universal, con el átomo libre dentro de la molécula libre, con el respeto a la independencia ajena como base de la fuerza y la independencia propias, anatematizaron la petición de los derechos que ellos piden, sancionaron la opresión de la independencia que ellos predican, y santificaron como representantes de la paz y la moral, la guerra de exterminio y el olvido del corazón. (…) Pidieron ayer, piden hoy, la libertad más amplia para ellos, y hoy mismo aplauden la guerra incondicional para sofocar la petición de libertad de los demás».
El propio Martí lega en 1895 un concepto básico para los revolucionarios cubanos: «Patria es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer». La independencia de Cuba garantizaba el espacio físico y moral para una república de justicia y solidaridad, con los pobres de la Tierra, aunque Martí, como Bolívar, soñaba además con una Patria mayor, que integrara a todos los pueblos que habitan del río Bravo a la Patagonia.
Ningún otro marxista latinoamericano fue más hondamente martiano que Fidel Castro. 
Martí y Fidel fueron los únicos líderes, en la breve e intensa historia de Cuba, que consiguieron la unidad necesaria de las fuerzas revolucionarias; una unidad ajena a pactos conciliadores, capaz de desarticular los consensos de la dominación –los que proclamaban la incapacidad del cubano, la inferioridad del negro y de la mujer, la inevitabilidad de la dependencia–, y fundar los de la emancipación, con hombres y mujeres virtuosos que se superaron a sí mismos. Fidel, como Martí, tuvo fe en la victoria, en su pueblo, en las razones de la lucha, en la posibilidad de lo que parecía imposible. Recogió ambas tradiciones emancipatorias, la del mundo colonial y neocolonial –una de cuyas figuras cimeras fue nuestro Martí–, y la de los explotados del Capital, la del pensamiento marxista y la Revolución de Octubre, cuyo centenario acabamos de conmemorar.


La Revolución Cubana de 1959 no podía pensarse a sí misma sino como parte de la rebelión de los colonizados y de los explotados del mundo, como un paso en el duro bregar hacia la emancipación de los seres humanos. Es cierto que las revoluciones no se exportan, nacen de condiciones irrepetibles y propias, pero el concepto de solidaridad, aliado al de justicia, es básico en el socialismo, y no puede ser un bien que acate límite alguno: ni el del hogar, ni el del barrio, ni el de país.

La Cuba de Fidel ejerció la solidaridad de los hermanos, sin condiciones ni cálculos geopolíticos, y no se detuvo ante conveniencias que contravinieran sus principios; así fue en Asia, en África, en América Latina. Los cubanos donamos sangre de forma masiva para el Vietnam agredido, cedimos una libra de nuestra cuota de azúcar para el Chile de Allende, peleamos con los que peleaban por sus pueblos en otras tierras del mundo, y muchos fueron los que cayeron en el camino; avanzamos, codo con codo, junto a los sandinistas y a los bolivarianos victoriosos, en la edifi­cación del nuevo país. Construimos escuelas, hospitales, aeropuertos, alfabetizamos, asistimos a comunidades pobres en el deporte y la cultura, salvamos o curamos a cientos de miles de seres que carecían de atención médica. El internacionalismo fue un principio inviolable que se ejerció con un claro sentido del momento histórico.
La Cuba de Fidel no se detuvo ante consideraciones ideológicas, ni ante regímenes oprobiosos que conspiraban para derrocarla, y envió médicos, por ejemplo, a la Nicaragua de Somoza, cuando el terremoto de 1972 devastó la capital de ese país. Creó un Contingente que lleva el nombre de un internacionalista neoyorkino de nuestra primera guerra de independencia, para ayudar al pueblo estadounidense después del huracán Katrina. La única ideología que esgrimían, no se articulaba en palabras: estaba en el acto, en el desinterés, en la entrega. Doscientos cincuenta y seis trabajadores de la salud cubanos asistieron a los enfermos de ébola en la peor epidemia de ese virus letal registrada en África Occidental y en el mundo. Allí encontraron a médicos africanos, de los países afectados y de otras naciones del continente, que habían estudiado en Cuba, algunos incluso desde la escuela secundaria y preuniversitaria, como otros miles de jóvenes árabes y latinoamericanos.
Cuando en el año 1998 el huracán Mitch arrasó con el Caribe centroamericano –otro huracán de carácter ideológico había paralizado a la izquierda internacional, después del derrumbe del llamado «campo socialista»– Fidel relanzó el internacionalismo y con él, la certeza de que otro mundo mejor es posible si existe voluntad política. Cada brigada médica que viajaba a un país en situación de desastre o que había solicitado nuestra ayuda, era despedida personalmente por él, quien insistía en el respeto a las tradiciones, creencias y credos políticos de los pacientes que atenderían.
Fidel en realidad reactivaba con ello la vocación solidaria de toda auténtica revolución después de una oscura y luminosa década de resistencia, la de los años noventa –la solidaridad fundacional, respaldada por una conducción de la crisis que evitó siempre dañar a los más pobres y que sobrevivía entre apagones y carencias, en acciones tan simples y significativas como la llamada «botella» en las calles de la ciudad–, y la expandía hacia el exterior, con el Plan Integral de Salud en Centroamérica y Haití (después se incorporaría Venezuela) y hacia el interior, con la llamada Batalla de Ideas, que se proponía rescatar a jóvenes de segmentos poblacionales menos favorecidos. Ambas acciones de solidaridad tendrían siempre un impacto al interior del país: cada trabajador de la salud que salvaba vidas en condiciones precarias, en zonas marginales o muy intrincadas y cada trabajador social que reorientaba a sus semejantes por los caminos empedrados y hermosos de la autosuperación, podía (si llevaba en el pecho la semilla) «reciclar» su espíritu revolucionario.


Protagonizar la justicia era la única manera de reactivar la Revolución.

En ese empeño halló Fidel a un igual: Hugo Chávez. Juntos recorrieron cada páramo, cada río, cada montaña, cada barrio urbano de nuestra América, cada corazón de latinoamericano. Juntos exclamaron: ¡sea la unidad en la solidaridad!




El concepto de Revolución fidelista (que es su código moral), adquiere sentido en el contexto de la vida y la obra de Fidel. Si Patria es Humanidad, Socialismo es justicia, es humanismo revolucionario. No puede entenderse ninguno de los aspectos o las ideas que expone ese concepto si se desmarca de su principio rector: la lucha contra la injusticia, dondequiera que se produzca, y contra el capitalismo, contra el imperialismo, que necesitan de ella. ¿Quién dice que Fidel ya no vive? Su Concepto de Revolución desborda el concepto, es decir, las palabras que lo componen; e interacciona con la historia, la que fue y la que será; porque sin justicia no hay Patria, sin solidaridad –interna y externa–, no hay Patria, sin las conquistas que alcanzamos, y sin las que nos proponemos alcanzar, no hay Patria.






Fuentes:

Publicado por: David Díaz Ríos CubaSigueLaMarcha.blogspot.com

martes, 21 de noviembre de 2017

El Fidel de siempre. A un año sin ti, pero contigo


El Fidel de siempre. A un año sin ti, pero contigo. Por Orlando Cruz / La Pupila Insomne


Donde se confunde el pasado y el presente, hasta el futuro, cuando se escribe sobre el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.

Ahora, entre tantos recuerdos, urge evocar la frase del  escritor brasileño Jorge Amado, de que nadie logró permanecer indiferente a la Revolución de los barbudos; o se estaba a favor o se estaba en contra, y siempre ferozmente. Era imposible la neutralidad, la imparcialidad, los términos medios. La Revolución Cubana era y continúa siendo Fidel Castro Ruz, es imposible separarlos. Para los enemigos y adversarios, los odios y ataques tampoco fueron y son diferenciables, aunque la mayoría lo respeta.
El carisma del líder de la Revolución Cubana fue, es y será resaltado por muchos estudiosos del proceso revolucionario como decisivo para la imagen e irradiación del ejemplo cubano. Ello es cierto si se parte de que él es una de las singularidades de la misma. El carácter honesto, ético y valiente del compañero Fidel es un tema a considerar al examinar la influencia colosal, en tiempo y espacio, del papel de la personalidad en la historia y de la repercusión que tuvo en el triunfo revolucionario y en su posterior transcurrir histórico. Dotado de un atractivo nato -imán personal dirían algunos-, de una oratoria vibrante y pedagógica, capaz de llegar a los más variados niveles de educación y cultura de la población cubana y del mundo, Fidel es el exponente más claro y profundo de la obra de la Revolución Cubana. Su genialidad política, su visión estratégica y su método lógico, razonable y, por sobre todo, dialéctico e historicista, capaz de comprender la realidad nacional, regional e internacional en sus diversos giros y cambios, coyunturas y disyuntivas, lo convirtieron en el líder revolucionario popular y antimperialista más genuino de la contemporaneidad.
Otros rasgos de su personalidad, como la de concebir toda idea justa, por pequeña que sea, como un proyecto gigantesco; de creer en las virtudes humanas por encima de todas las miserias y mediocridades, (Gabriel García Márquez, su amigo colombiano, afirmó que, esa es su mayor virtud y defecto); de ser tenaz y audaz en la lucha contra lo imposible, para alcanzar lo máximo posible, lo convierten en un soñador o un utopista irremediable, virtudes de un comunista con razón y sentimientos.
El es el artífice natural, junto a una vanguardia política forjada en el Moncada, el Granma, la Sierra y el Llano, de la primera revolución social y política en América Latina y el Caribe (también en el hemisferio occidental), y de la unidad, dentro de la diversidad, del pueblo cubano, fundador-dirigente del Partido Comunista de Cuba en un inolvidable 3 de octubre de 1965, y un estadista e intelectual orgánico, martiano, marxista y leninista, (1) que ‘se suicida como clase’, de acuerdo a sus orígenes socioclasistas, tal como expresara el político revolucionario africano, Almicar Cabral.
Por ello, en el encuentro que sostuvo con los Cincos Héroes de la República de Cuba, luego de alrededor de dos meses y medio del regreso de los tres últimos de las prisiones en los EE.UU., algunos se asombraron con su respuesta. Nos referimos a la interrogante de Ramón Labañino, en el último instante de la intensa e íntima reunión: “¿qué podemos hacer los Cinco ahora?”. El genio político, quedó pensativo pero, raudo le(s) respondió de la manera menos esperada: “…sean científicos”. Esta afirmación posee su base en el concepto de porvenir para Cuba, Revolución que proclama socialista el 16 de abril de 1961, y que él enunció un 15 de enero de 1960: “El futuro de nuestra patria tiene que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia, tiene que ser un futuro de hombres de pensamiento, porque precisamente es lo que estamos sembrando; lo que estamos sembrando son oportunidades a la inteligencia, ya que una parte considerabilísima de nuestro pueblo no tenía acceso a la cultura, ni a la ciencia”. A lo que sumó en 1961, la gran campaña de la alfabetización que constituyó una revolución intelectual y moral, espiritual y cultural, brindando a todos los cubanos la oportunidad de aprender a escribir y leer, permitiendo un punto de partida esencial para dignificar al ser humano y continuar los grandes planes educacionales que se desarrollaron posteriormente.
Estuvo Fidel consciente que, saber leer y escribir encarna un derecho vital y digno de cualquier ser humano, es tener la posibilidad de estudiar, conocer, comprender y pensar con un nivel crítico racional y lógico, lo que aumenta la imaginación, y en el acto de imaginar subsiste una aureola soñadora, utópica y hasta un supuesto ‘dislate’ de cuerdo que permite el arribo de la constante curiosidad, la necesidad de no pecar de ignorancia, que son las grandes puertas de acceso a los saberes y conocimientos, para alcanzar, finalmente, la libertad, el portón que significa viajar más lejos que las cadenas de las costumbres, los formalismos y la rutina en la comprensión de uno mismo y del mundo. Es re-crear, innovar, inventar, ser original, audaz, y esas cualidades son necesarias en el socialismo.
Lo que, paradójicamente, se simplificó al propiciarse una lectura sesgada, incluso en cuadros, funcionarios políticos y científicos -incluso intelectuales- de diferentes niveles, también en los medios de información y comunicación, cuando sólo se refieren a los ‘hombres de ciencia’ y se omite, por desconocimiento o intención consciente, lo referido a los ‘hombres de pensamiento’, que no es un añadido sino un complemento necesario para la consolidación socioeconómica, ideológica, política y cultural del socialismo en la nación. El socialismo, para Fidel, como lo fue para el Che Guevara, es un acto o proceso civilizatorio y cultural de emancipación humana, en el que la mujer y el hombre son el centro esencial que construirán el tránsito socialista de manera voluntaria, libre, pero consciente ideológica y políticamente.
Al descuidarse este aspecto del concepto de Fidel, se obvia, sin desearlo, la idea de origen martiano, reiterada por Julio Antonio Mella, el primer marxista orgánico de la Isla, que “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”, por lo que se renuncia a la contundencia y veracidad histórica, filosófica, política-histórica e ideológica del dialéctico apotegma.
Lo infortunado sobreviene cuando algunos se refieren a las ciencias naturales, las ‘exactas’ y aplicadas como las ciencias ‘duras’ -conociéndose hoy de la relatividad e incertidumbre que las rodea-, partiendo que estas aportan soluciones ‘irrefutables’ desde la ciencia y la técnica vinculadas a la producción material y con dividendos económicos tangibles, y con gran subestimación de las mal denominadas ciencias ‘blandas’ que son para estos desorientados las que indagan en la esfera de los estudios socioculturales, la historia, la antropología, la sociología, la historia del arte, la literatura, la arquitectura, la música, la pintura, la escultura, entre otros, tan ineludibles y nada dúctiles, pero ‘improductivas’, en las que incluyen, además, a la filosofía, la economía, la economía política, la que debe ser concebida no matemáticamente sino como una ciencia humana, las demás ciencias sociales y las humanísticas. Sus producciones no suelen medirse como habitualmente se hace en una fábrica y un campo agrícola, sino que su inversión es ideológica y política, sin ellas el socialismo es una insostenible quimera. Ellas son las que inquieren, definitivamente, en ‘la substancia de la nación cubana’, tan misteriosa / mística, como la definiera Lezama Lima, sin obviar su relación con los demás saberes mencionados, es decir, a través de la transdisciplinaridad.
“…Por eso, Revolución -dejó claramente definido en una intervención televisiva en 1960- y educación son una sola cosa.” (2) O cuando manifestó, en 1993, en medio de la gran crisis económica que vivía el país: “…la cultura es lo primero que hay que salvar”, (3) ratificándolo en su intervención en Caracas, Venezuela, el 3 de febrero de 1999, “(…) Una revolución sólo puede ser hija de la cultura y las ideas.” (4)
Porque Fidel es, además, el hombre de una voluntad de acero, probada en las más disímiles coyunturas, lo muestran en una faceta humana de querer ganar siempre a toda costa y en cualquier terreno, demostrando una fuerza energética inquebrantable para convertir los reveses en victorias, y de no rendirse ante las adversidades. La anécdota de que en el reencuentro con el actual Presidente del Consejo de Estado y de Ministros, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el General de Ejército Raúl Castro -su hermano menor y su más fiel continuador en las ideas y en la acción revolucionaria- en Cinco Palmas, pocos días después del ‘naufragio del desembarco del Granma, donde exclamó optimistamente que, con 7 hombres y cinco fusiles podía ganar la guerra contra un ejército de 80 mil hombres, lo reafirman con esa esperanza ilimitada de quien puede ‘ser destruido, pero no derrotado’, máxima que siempre resaltó de la obra hemingwyana, “El Viejo y el Mar”, y que recuerda, además, aquel apotegma de Romain Rolland, que tanto le gustaba repetir al insigne comunista italiano Antonio Gramsci, de que ‘frente al pesimismo de la inteligencia el optimismo de la voluntad’. Aunque en su caso no hubo nunca ausencia de talento y de certidumbre revolucionaria.
No solo se sintió el líder de la Revolución, sino que se consideró como un hombre de las filas del pueblo. El día 8 de enero de 1959, a su entrada a la capital de la República expresó, en un discurso memorable en el Campamento de Columbia, hoy Ciudad Libertad, que ninguna organización, ni ninguna tropa en específico había ganado la guerra, sino que había sido el pueblo, y desentrañó y estimuló una idea que siempre estuvo presente en su estrategia: desde el principio se debió estar unido en una sola organización; ello demostró que la responsabilidad era de todos, dirigentes y dirigidos, para llevar adelante el proceso revolucionario de forma colectiva y con gran sentido histórico. Su método pues, fue y es el método de masas, de ligarse a ellas en los momentos más impensables y necesarios. Nada lo realizó de espaldas al pueblo. Esta idea la expresó diáfanamente en 1982: “(…) Yo creo que una buena lección para todos, cuando creamos que hemos encontrado buenas soluciones, que meditemos y volvamos a meditar y tomar muy en cuenta el sentimiento y la sabiduría de las masas. Esa es la verdadera democracia. Ese debe ser siempre el estilo de nuestro Partido y de nuestro Estado, no imponer, sino persuadir o ser persuadido, porque su papel no es de estar persuadiendo siempre, su papel es también dejarse persuadir por el pueblo cuantas veces sea necesario, porque la máxima sabiduría ha estado, está y estará siempre, en el pueblo”. (5)
El Comandante en Jefe Fidel Castro siempre estuvo y ha estado entre el pueblo, nunca ha perdido el termómetro de cuáles son los estados de ánimo y de la más mínima opinión popular, de las inconformidades y las carencias, demandas y necesidades del ciudadano de la calle. Ello le permite representar las solicitudes más sentidas y sensibles y ser, a la vez, un catalizador innato de las iniciativas colectivas e individuales para resolver las necesidades de la gente común, de ser un portavoz crítico de las deficiencias e insuficiencias del proyecto revolucionario socialista, como el más genuino representante de la idiosincrasia del cubano.
Y ese comportamiento natural lo ha desarrollado con una timidez y cordialidad rayana al más común de los mortales – “Fidel, simplemente, Fidel” -, lo llamaba, aún lo hace, el pueblo cuando lo interpelaba, al cual respondía sin vanidades y con gran respeto de quienes conversaban con él, como uno más. El gran sentido del honor, el ejemplo y el deber que practica es lo que lo lleva a estar presente, directamente, en las arenas de Playa Girón (1961), en la Crisis de Octubre (1962), en el vórtice del huracán Flora (1963), en los múltiples actos oficiales y públicos, en Cuba y en el extranjero, a pesar de las advertencias de la Seguridad del Estado de que podía ser víctima de un asesinato, un magnicidio, organizados y dirigidos por las agencias especiales de inteligencia del establischemt estadounidense. No obstante, es el dirigente que visita Vietnam del Sur en plena guerra imperialista, a Salvador Allende cuando la Unidad Popular en Chile, que recorre la zona de Medio Oriente en apoyo del pueblo palestino, entre otros de sus múltiples compromisos internacionales, desafiando los más variados riesgos y peligros, conociendo que era el jefe de estado con un mayor número de atentados en su contra.
Es el compañero Fidel, un hombre caballeroso, culto y enciclopédico en el saber pero, a la vez, capaz de utilizar, en el plano privado y público -muy limitado-, las palabrotas de cualquier cubano común; de ser un hombre entusiasta, comunicativo y dialogador con todas las personas que se encuentra; de saber escuchar y, a la vez, preguntar con avidez incesantemente para que sean completadas las ideas de su interlocutor, aunque sean adversarios de su ideología y de sus principios políticos, eso dice mucho de su nivel de educación, muy caballeresco, similar a un Quijote de las ideas y las costumbres morales. Y todo ello sin hacer concesiones y con un discurso coherente y armónico con el quehacer revolucionario. Poseedor de una gran avidez de conocimientos, lector voraz que comprende las esencias de las lecturas; dueño de una memoria privilegiada y entrenada, capaz de manejar cifras y resolver ecuaciones difíciles con una rapidez y precisión matemáticas; un estadista y líder político antidogmático y antisectarista por naturaleza, que duda permanentemente de todas las propuestas y soluciones, incluidas las suyas; rebelde y conspirador nato -“en silencio ha tenido que ser (escribió Martí, en 1895) y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas”- y, al unísono, sabedor del momento indicado para explicarle al pueblo las políticas aplicadas o por ejecutar, por muy difíciles y complicadas que estas fueran.
Solidario e internacionalista con todas las causas justas en cualquier lugar del mundo, lo ha expresado siempre de frente a sus adversarios. Estas y otras, son algunas de sus múltiples virtudes. Ejemplo inigualable de desprendimiento y de cualquier vanidad y egoísmo personal, “(…) toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”, posiblemente la frase Martí que más le gusta repetir, es además, el primer crítico de la obra revolucionaria sometiéndose a sí mismo a una autocrítica constructiva, fuerte, reveladora de que no hay obra humana perfecta.
Todo ello lo hace el cubano que somos, que queremos y debemos Ser, solo comparable, salvando el tiempo en que vivieron, a nuestro, José Martí. Por eso, Fidel Castro, el eterno Comandante en Jefe, centellará y sobrepasará su vida biológica; su nombre se inscribe ya como el líder político revolucionario y comunista más genial de la contemporaneidad cubana, latinoamericana y caribeña, tercermundista y del orbe.
Hoy, se ha marchado sin marcharse, por lo que nos resta mostrar y ratificar el reconocimiento y agradecimiento justo a un hombre que ha sido el PADRE de esta colosal obra y que continúa ofreciendo lo mejor de su vida -‘hasta después de muertos somos útiles’- a la causa revolucionaria nacional, regional y mundial.
Hagámoslo, sin truncar y segmentar su pensamiento integral, sus concepciones, sin hacer abuso de sus citas, ideario que posee valor porque está contextualizado y cada palabra es inseparable de la otra, aun cuando analiza coyunturas específicas, ya que su pensamiento teórico-político y práctica constituyen una unidad indisoluble dentro de la gran totalidad de su obra, un legado imperecedero, historicista y dialéctico, brindándole plena trascendencia y vigencia.
Hagámoslo, al unísono, con las reflexiones críticas y la acción transformadora, en la batalla contemporánea del proceso de actualización del Modelo Económico y Social del tránsito socialista cubano, bebiendo -y enriqueciendo- de las experiencias válidas, criticando y rectificando lo mal hecho y cambiando las mentalidades obsoletas.
Fidel es de esos hombres que, como dijera el dramaturgo y revolucionario Bertolt Brecht, son y serán imprescindibles.
Notas:
(1) Fidel Castro Ruz es abogado, hijo de terrateniente, por lo tanto, es un intelectual de formación, profesional de la política, desde su niñez y juventud un pensador con sentido de la justicia y rebeldía contra todo lo indigno e inmoral, y en la universidad se autodenomina primero como un ‘comunista utópico’, que forja sin preceptores directos su organicidad revolucionaria, latinoamericanista, antimperialista, marxista y leninista de manera continua, en un eterno proceso de aprendizaje / desaprendizaje, con lo mejor de las tradiciones históricas políticas y culturales revolucionarias de Cuba, la región nuestraamericana y el mundo, articulando creativamente las ideas martianas y el pensamiento marxista y leninista, incluyendo las rupturas inevitables en su evolución en el combate ideológico y político práctico diario, en constante contacto retroalimentador con las realidades del pueblo trabajador y humilde.
(2) Castro Ruz, Fidel (1960): Entrevista especial ante las cámaras y micrófonos del FIEL por el canal 2 de la TV, La Habana, 18 de julio. Obra Revolucionaria [17]. La Habana, p. 24.
(3) Prieto, Abel (2016): Notas en el foro “Cultura y Nación: El misterio de Cuba”, conferencia impartida en la Sociedad Cultural José Martí, 5 de mayo, Revista Bohemia, No. 81, digital.
(4) Castro Ruz, Fidel (1999): Una Revolución solo puede ser hija de la cultura y las ideas, Discurso pronunciado en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, 3 de febrero, Versiones taquígrafas del Consejo de Estado de la República de Cuba, La Habana.
(5) Castro Ruz, Fidel (1982) Discurso en la clausura del VI Congreso de la ANAP, Ciudad de La Habana, 17 de mayo. Discursos en tres congresos. Editora Política, La Habana, pp. 188-189. También, enFidel Castro Ideología, conciencia y trabajo político / 1959-1986(1986), Editora Política / La Habana, p. 135.
Dr. en Ciencias Históricas Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Citma-Cuba.

Publicado por: David Díaz Ríos CubaSigueLaMarcha.blogspot.com

Departamento del Tesoro multa con 204 mil dólares a firma financiera American Express que violó bloqueo a Cuba


Departamento del Tesoro multa con 204 mil dólares a empresa que violó bloqueo a Cuba

El Departamento norteamericano del Tesoro anunció que la firma financiera American Express Company (Amex) pagará una multa de 204 mil 277 dólares por la supuesta violación del bloqueo impuesto a Cuba hace más de 55 años.
La Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) de esa entidad federal dio a conocer que la sanción está relacionada con la posible responsabilidad de la compañía belga BCC Corporate SA (BCCC) en aparentes infracciones a las Regulaciones de Control de Activos Cubanos.
Según aclara el texto, BCCC es una empresa emisora de tarjetas de crédito y servicios corporativos a clientes basados en Europa.
“En el momento de las aparentes violaciones, BCCC era una subsidiaria de Alpha Card Group, que a su vez era propiedad en un 50 por ciento de Amex, una institución financiera de Estados Unidos”.
De acuerdo con la OFACAmex acordó remitir los 204 mil 277 dólares para liquidar una posible responsabilidad civil en el tema.
La oficina del Departamento del Tesoro refirió que desde el 9 de abril de 2009 hasta el 3 de febrero de 2014 las tarjetas de crédito que BCCC había emitido a sus clientes corporativos se utilizaron para realizar compras en Cuba.
El documento apuntó que Alpha Card y BCCC tenían políticas y procedimientos para revisar las transacciones por coincidencias con la Lista de Nacionales Especialmente Designados y Personas Bloqueadas de la OFAC, a fin de cumplir con las leyes de sanciones económicas de Estados Unidos.
Sin embargo, la entidad sostuvo que no implementaron controles para evitar que las tarjetas de crédito emitidas por BCCC se emplearan en el país caribeño.
Precisó que entre las fechas señaladas la firma belga procesó mil 818 transacciones para más de 100 clientes corporativos distintos, cuyas tarjetas se usaron en Cuba o en algo relacionado con la nación antillana.
La nueva sanción se une a otras emitidas este año contra compañías norteamericanas y foráneas, como las impuestas en enero a la organización no lucrativa Alianza para una Política Responsable hacia Cuba y al banco canadiense Toronto Dominion, por montos de 10 mil y 955 mil 750 dólares, respectivamente.
El 8 de junio, en tanto, la afectada fue la empresa American Honda Finance Corporation, dedicada al financiamiento de vehículos automotores para compradores, arrendatarios y distribuidores independientes autorizados de productos Honda y Acura, que recibió una penalidad por 87 mil 255 dólares.
Durante ese mismo mes se sancionó a la compañía estadounidense de seguros American Internacional Group por un monto de 148 mil 698 dólares.
La nueva multa vinculada con el cerco económico, comercial y financiero que Washington mantiene contra la isla se dio a conocer una semana después de la entrada en vigor de restricciones adicionales a los viajes y el comercio con la mayor de las Antillas.
El gobierno de Donald Trump autorizó esas medidas, pese al rechazo abrumador de la comunidad internacional a tal política, contra la cual se pronunciaron 191 naciones en la ONU, el 1 de noviembre.