Los que han sido víctimas del terrorismo saben que esa práctica, marcada por la mala idea, no es cosa del pasado: está latente.
Hay doblez en lagénesis moral de los imperios. Por eso no sorprenden la simulación y elcinismo del país que se autoproclamaparadigma de lademocracia y los derechos humanos, y líder mundial en el combate alterrorismo, cuando al mismo tiempo lo ha ejercido sin escrúpulo alguno como política estatal, además de emplear y brindar protección a los más connotados terroristas.
Esa mala idea genética también caracterizó a los gobiernos monárquicos o republicanos del imperio español, cuando en el siglo XIX se valieron hasta de los más inhumanos medios para tratar de mantener el dominio colonial contra el independentismo cubano. Tras los discursos en defensa de supuestos nobles derechos seculares se practicó el genocidio de reconcentrar a la población rural para que muriera sin remedio de hambre y enfermedades, y se urdieron planes de asesinato contra Maceo, Gómez y Martí.
El nuevo poder imperial hegemónico tras la segunda conflagración mundial no se quedó a la zaga de cualquier antecesor en cuanto al doble lenguaje encubridor de la barbarie y el terror. Justificó y jamás se avergonzó de ser la única potencia nuclear que ha empleado esa arma devastadora para cegar e inutilizar cientos de miles de vidas de niños, mujeres y ancianos en dos populosas ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, que aún sufren las secuelas del horrendo crimen, impune. Como los millones de víctimas del napalm y el agente naranja en Vietnam, o los propios soldados agresores afectados por el uranio empobrecido lanzado contra poblaciones árabes, o por los suicidios e incurables traumas de culpabilidad en la ejecución de torturas y masacres.
Cuba ha sido blanco perpetuo de esa práctica infame del terrorismo. La invasión mercenaria de Girón y las bandas de alzados, los probados actos de sabotaje con armas y explosivos contra instalaciones y personas en territorio nacional y en el exterior, el avión siniestrado en pleno vuelo, la introducción de plagas y epidemias, la planificación de cientos de atentados contra la vida de Fidel y otros líderes revolucionarios… fueron acciones realizadas o instigadas por los servicios de inteligencia yanquis, muchas de ellas documentadas en actas del Congreso de los EE.UU. y las cuales han costado valiosas vidas y sufrimientos imborrables a miles de familias cubanas.
¿Y de qué otro modo puede calificarse la feroz guerra económica sostenida durante más de medio siglo, a pesar del permanente y cada vez mayor rechazo universal? Bajo el falaz argumento de promover libertades para el pueblo cubano, ¿cuál ha sido y es la verdadera lógica imperial para implantar el férreo bloqueo más extenso y repudiado de la historia? Según sus propios documentos secretos desclasificados, tal decisión obedece al propósito de rendir por hambre y enfermedades a un pueblo heroico, a la vez que manipular su conciencia, para obligarlo a volcar su desesperación contra su propio Gobierno y abrirle las puertas al regreso de un pasado de sometimiento e ignominia.
A nuestros Cinco Héroes antiterroristas les fueron aplicadas absurdas condenas, que todavía cumplen tres de ellos, en tanto que criminales confesos como Luis Posada Carriles y una larga lista de otros connotados mafiosos ostentan la protección oficial del sistema político estadounidense, ese cuya dirección continúa enfrascada en inconsecuentes e ineficaces cruzadas, ahora con más ataques aéreos y mayores “bajas colaterales”, contra fanáticos extremistas, utilizados por ellos mismos contra Gobiernos insumisos.
Cuba, lo ha reiterado Raúl, está siempre abierta al diálogo y la cooperación, sin condiciones previas y en el único plano posible de la absoluta reciprocidad y mutuo respeto. EE.UU. conoce muy bien la capacidad y seriedad negociadora de su pequeño y hostigado vecino caribeño, que ahora mismo da otro admirable ejemplo solidario en el enfrentamiento del letal embate del ébola.
Tendencias hacia un cambio de política hacia Cuba –no por rectificación ética, sino ante la evidencia del fracaso- se abren paso en la opinión pública y en parte del propio stablishmentnorteamericano, no obstante los mañosos enfoques que, como alertó Fidel, buscan el mayor beneficio para los intereses imperiales. La buena intención de los agredidos es responsablemente consciente de que la mala idea del agresor no es asunto del pasado. Ojalá que algún día lo sea el terrorismo, en un mundo de paz y solidaridad globalizadas.
Esa mala idea genética también caracterizó a los gobiernos monárquicos o republicanos del imperio español, cuando en el siglo XIX se valieron hasta de los más inhumanos medios para tratar de mantener el dominio colonial contra el independentismo cubano. Tras los discursos en defensa de supuestos nobles derechos seculares se practicó el genocidio de reconcentrar a la población rural para que muriera sin remedio de hambre y enfermedades, y se urdieron planes de asesinato contra Maceo, Gómez y Martí.
El nuevo poder imperial hegemónico tras la segunda conflagración mundial no se quedó a la zaga de cualquier antecesor en cuanto al doble lenguaje encubridor de la barbarie y el terror. Justificó y jamás se avergonzó de ser la única potencia nuclear que ha empleado esa arma devastadora para cegar e inutilizar cientos de miles de vidas de niños, mujeres y ancianos en dos populosas ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, que aún sufren las secuelas del horrendo crimen, impune. Como los millones de víctimas del napalm y el agente naranja en Vietnam, o los propios soldados agresores afectados por el uranio empobrecido lanzado contra poblaciones árabes, o por los suicidios e incurables traumas de culpabilidad en la ejecución de torturas y masacres.
Cuba ha sido blanco perpetuo de esa práctica infame del terrorismo. La invasión mercenaria de Girón y las bandas de alzados, los probados actos de sabotaje con armas y explosivos contra instalaciones y personas en territorio nacional y en el exterior, el avión siniestrado en pleno vuelo, la introducción de plagas y epidemias, la planificación de cientos de atentados contra la vida de Fidel y otros líderes revolucionarios… fueron acciones realizadas o instigadas por los servicios de inteligencia yanquis, muchas de ellas documentadas en actas del Congreso de los EE.UU. y las cuales han costado valiosas vidas y sufrimientos imborrables a miles de familias cubanas.
¿Y de qué otro modo puede calificarse la feroz guerra económica sostenida durante más de medio siglo, a pesar del permanente y cada vez mayor rechazo universal? Bajo el falaz argumento de promover libertades para el pueblo cubano, ¿cuál ha sido y es la verdadera lógica imperial para implantar el férreo bloqueo más extenso y repudiado de la historia? Según sus propios documentos secretos desclasificados, tal decisión obedece al propósito de rendir por hambre y enfermedades a un pueblo heroico, a la vez que manipular su conciencia, para obligarlo a volcar su desesperación contra su propio Gobierno y abrirle las puertas al regreso de un pasado de sometimiento e ignominia.
A nuestros Cinco Héroes antiterroristas les fueron aplicadas absurdas condenas, que todavía cumplen tres de ellos, en tanto que criminales confesos como Luis Posada Carriles y una larga lista de otros connotados mafiosos ostentan la protección oficial del sistema político estadounidense, ese cuya dirección continúa enfrascada en inconsecuentes e ineficaces cruzadas, ahora con más ataques aéreos y mayores “bajas colaterales”, contra fanáticos extremistas, utilizados por ellos mismos contra Gobiernos insumisos.
Cuba, lo ha reiterado Raúl, está siempre abierta al diálogo y la cooperación, sin condiciones previas y en el único plano posible de la absoluta reciprocidad y mutuo respeto. EE.UU. conoce muy bien la capacidad y seriedad negociadora de su pequeño y hostigado vecino caribeño, que ahora mismo da otro admirable ejemplo solidario en el enfrentamiento del letal embate del ébola.
Tendencias hacia un cambio de política hacia Cuba –no por rectificación ética, sino ante la evidencia del fracaso- se abren paso en la opinión pública y en parte del propio stablishmentnorteamericano, no obstante los mañosos enfoques que, como alertó Fidel, buscan el mayor beneficio para los intereses imperiales. La buena intención de los agredidos es responsablemente consciente de que la mala idea del agresor no es asunto del pasado. Ojalá que algún día lo sea el terrorismo, en un mundo de paz y solidaridad globalizadas.
COLUMNA EDITORIAL
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