Dr.C
Juan Triana Cordoví / Hasta
hace apenas un año y unos meses, era prácticamente imposible pensar que Cuba y Estados Unidos lograran
establecer relaciones diplomáticas a pesar de las diferencias entre ambos
países en temas muy sensibles.
Entonces,
cuando pensábamos en la futura evolución de la economía nacional y en la
ecuación de desarrollo de Cuba, las
relaciones con Estados Unidos
aparecían como una constante de signo negativo.
Ahora,
un año y unos meses después del 17 de
diciembre del 2014, la ecuación sigue teniendo a Estados Unidos como uno de sus componentes, pero el signo no está
predeterminado y dependerá mucho de cómo Cuba
pueda aprovechar esta nueva situación.
A
pesar de que el bloqueo sigue
totalmente vivo, de que Cuba aun no
puede realizar operaciones con los dólares de Estados Unidos, de que los ciudadanos norteamericanos no pueden
invertir en esta Isla, y de que OFAC (Oficina de Control de Activos
Extranjeros) no desperdicia oportunidad para multar a cualquier empresa que
lo transgreda, reitero, a pesar de todo eso, lo cierto es que los primeros
efectos del cambio en la relación entre los dos países son perfectamente
visibles y desde mi punto de vista, positivos para Cuba y para las aspiraciones de avanzar hacia un desarrollo
sostenible que promueva la prosperidad, individual y colectiva.
El
primero, quizás el más evidente, pero a la vez el más difícil de cuantificar, está
asociado a la percepción sobre Cuba
por parte de otros países y de compañías y hombres de negocios.
Una
encuesta realizada entre hombres de negocios por Cuba Standard confirmó ya, desde inicios del 2015, ese cambio
favorable.
Repetida
a finales del 2015, todavía las percepciones seguían siendo favorables a Cuba. En esa misma encuesta, el 63 por ciento de esos mismos hombres de
negocios identificaron al bloqueo norteamericano como el principal factor que
obstaculiza sus intenciones de negocios en Cuba.
Esa
nueva percepción también contribuyó a las negociaciones sobre la deuda, cuyo
último y más exitoso capítulo fue el acuerdo alcanzado con el Club de París recientemente. Para los
que constantemente han repetido y repiten que el bloqueo no es más que un
pretexto esgrimido por Cuba, estos
hechos que acabo de mencionar pueden servir para entender esos otros costos: los de las oportunidades pérdidas por nuestro país debido al bloqueo.
Otro
de los efectos -muy palpable-, es el crecimiento de la visitas de ciudadanos
norteamericanos a Cuba. Desde los 90 000 del año 2014 a los más de 140 000 de
este año 2015, aunque todavía hacer turismo en Cuba está prohibido para los norteamericanos. Aun cuando no pueden
usar sus tarjetas de crédito y deben viajar bajo alguna licencia de las
existentes, el impacto del 17 de diciembre se hizo notable.
Llamo
la atención acerca de esto, pues sin dudas la lista de medidas tomadas por la
administración Obama es
significativa, aun cuando todas ellas sumadas, no alcancen para acabar con un
bloqueo, del cual solo el Congreso
norteamericano podrá dar cuenta algún día.
Mientras
tanto, esa idea de ir quitándole ladrillos al muro del bloqueo, ayuda al
propósito, aunque tenga alcances limitados y hará más difícil cualquier idea
trasnochada de sectores políticos norteamericanos por dar marcha atrás a lo
avanzado hasta el momento. Esa a mi
juicio es la principal de todas las ganancias.
Así,
hace apenas un par de semanas, nuevamente la administración norteamericana
lanzó un nuevo paquete de medidas, que abarcan desde temas financieros hasta
los asociados a viajes. Las medidas vienen acompañadas, como otras veces, de la
misma retórica acerca del propósito de las mismas, dirigido a ayudar al pueblo
de Cuba y no a su gobierno.
Desde
mi perspectiva y aún con el alcance limitado que tienen, es posible mirarlas
desde el ángulo de las oportunidades. La
primera de todas es la de contribuir a esa nueva percepción sobre Cuba que ha ido creciendo en los
últimos años.
La segunda, porque de alguna manera,
también contribuye a tener una “canasta”
de posibles socios comerciales más variada y propicia la competencia entre las
compañías extranjeras, por este mercado, pequeño y complejo en su operativa
diaria, pero para nada despreciable.
La tercera, porque el fomento de cierto
tipo de comercio, todavía restringido y “custodiado”
ensancha la posibilidad del conocimiento desde ambas partes y contribuye a la
reconstrucción de esas relaciones.
Así
la posibilidad de que compañías norteamericanas puedan comerciar obteniendo
financiamientos para sus operaciones, puede incrementar aún más el interés del
mundo de negocios de aquel país por Cuba,
algo siempre beneficioso, pues nos permite mayores opciones a la hora de
decidir a quién comprar un producto.
Es
cierto que en uno de los rubros más decisivos para Cuba no será posible la importación con financiamiento, pues las
ventas agrícolas siguen estando codificadas por el bloqueo y no pueden ser
objeto de financiación.
En
el caso de las operaciones aéreas ocurre otro tanto. Que las grandes compañías
norteamericanas se involucren en este proceso es algo que suma.
Que estas
últimas disposiciones refuercen los acuerdos ya suscritos para establecer
vuelos regulares, utilizar códigos compartidos y permitir la compra de equipos
y tecnologías que contribuyan a la seguridad de los vuelos, permite también la
entrada a nuevas compañías que hasta ese momento tenían vedado, por disposición
del gobierno norteamericano, el mercado cubano.
Pero
es cierto que también pecar de ingenuidad en una relación tan compleja es de
los peores errores que se pudieran cometer. La prueba más fresca es la demanda
de la Empresa Bacardi al
gobierno norteamericano ante el fallo favorable a Cuba sobre la marca Havana Club. La decisión de la oficina norteamericana de Patentes y Marcas (USPTO) permitirá a Cuba comercializar esta marca en Estados Unidos una vez eliminado el
bloqueo.
“Los estadounidenses tienen
derecho a saber la verdad de esta decisión repentina y sin precedentes, tomada
por el gobierno estadounidense, que revirtió una política internacional que
protege contra la aceptación de confiscaciones de gobiernos extranjeros”,
respondió el vicepresidente de Bacardí,
Eduardo Sánchez.
Esto
reafirma la convicción de que intereses más que abundantes persisten en contra
de este proceso de reconstrucción de relaciones iniciado por ambos presidentes
el 17 de diciembre del 2014.
La
otra cara de esta misma moneda sería la postura más que cándida de pensar que
lograr relaciones menos anormales con Estados
Unidos sería la vara mágica que resolvería nuestros problemas.
Dentro
y fuera de Cuba hay quienes la
suscriben en un ejercicio que se mueve entre la edulcoración de la historia y
el desconocimiento.
El
accidente geográfico de estar a noventa millas de Estados Unidos es una condición que nos ha acompañado en toda
nuestra historia contemporánea, desde la época de la colonia hasta al época de la Unión Soviética. No hay remos suficientemente
poderosos, ni tampoco motores que permitan cambiar es condición de cercanía.
Creo que tampoco nos hace falta.
Las
ventajas de estar muy cerca del mayor mercado del mundo vienen de la mano de
los riesgos que ello implica. Manejar los riesgos con habilidad, amortiguar sus
efectos y convertirlos en oportunidades es, sin dudas, la mejor opción. Y ello
depende en mucho, más bien en casi todo, de nosotros mismos.
Es
cierto que la retórica que generalmente acompaña los anuncios de nuevas medidas
que la administración Obama adopta,
se esmera en afirmar que las mismas son para mejorar al pueblo de Cuba y no al gobierno. Pero ¡qué cosa!,
el pueblo de Cuba en su inmensa
mayoría nació después de 1959; creció y se educó en las instituciones que el Gobierno de Cuba erigió durante esos
años. Hoy está formado por más de un millón de profesionales, su clase obrera
alcanza grados de escolaridad inéditos para muchos países y ha sido la cantera
de la cual han surgido una parte importante de los trabajadores por cuenta propia
y de los miembros de las cooperativas.
Sí,
es cierto, ellos son producción nacional, no los hemos importado de ningún
país. Son también actores legítimos de ese proceso de transformaciones que se
inició en el año 2007 y alcanzó dimensiones de programa en el 2011. De hecho,
ellos son de los principales beneficiarios del mismo.
Qué
coincidencia que la administración Obama
desee que los actores no estatales se beneficien con sus medidas, mientras que
el gobierno cubano durante estos últimos ocho años ha estado, ciertamente con
cautela, abriendo espacios de actuación para esos nuevos actores.
Qué
tonto sería hacerle el juego a aquella retórica, de allá o de aquí, que
pretende abrir espacios y dividir a los que se empeñan en mirar hacia delante.
Aprovechemos las oportunidades.
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