La lupa agranda
lo pequeño. El catalejo acorta las
distancias. Literal o metafóricamente, hechos a la medida del ojo humano,
ambos instrumentos sobreviven a la creciente irrupción de las nuevas
tecnologías. La lupa nos permite hurgar en lo más íntimo y recóndito de nuestra
realidad, en los detalles reveladores de la esencia de nuestros conflictos. El catalejo
define, en el aquí y en el ahora, las coordenadas básicas del mundo en que
vivimos.
En días recientes, sus Santidades, el Papa Francisco y el
Patriarca Kirill, firmaron en La
Habana un documento de enorme alcance en un planeta cargado de
incertidumbre, amenazado por la autodestrucción de la naturaleza y la
desaparición de los seres humanos que la habitan, devorado por el insaciable
afán del lucro y por la indetenible carrera armamentista.
Muchos observadores subrayan la
importancia de salvar el cisma milenario que separó a los cristianos de Oriente y de Occidente. Vía de superación de antiguos fundamentalismos, este
gesto, de indiscutible valentía, traduce en hechos concretos una proyección
ecuménica largamente acariciada. Su significado sobrepasa el hábito
circunscrito a los creyentes.
Las iglesias y las naciones
siempre han tenido clara conciencia del poder convocante de los símbolos. Cristóbal Colón plantó los pendones de Castilla y Aragón en la isla
semidesierta de las Bahamas, para
dejar sentada la apropiación de un mundo que, desde entonces, se llamaría Nuevo. El Papa Francisco y el Patriarca
Kirill enviaron un mensaje cargado de sentido al escoger a La Habana como
sitio de encuentro. En momentos de tanta trascendencia, nada es casual. En
efecto, calificaron el sitio seleccionado de «encrucijada entre el norte y el
sur, entre el este y el oeste». En el siglo XVIII, el historiador Arrate
definió a la Isla como «llave
del nuevo mundo y antemural de las Indias Occidentales». Por supuesto,
el criollo ilustrado se situaba todavía en la perspectiva de Madrid y se centraba en los rasgos del
entorno geográfico.
Ahora, sin embargo, en pleno
siglo XXI, ante los peligros que nos
amenazan, los firmantes no aluden a la geografía. Tampoco evocan el puerto que
acogía a las flotas antes de cruzar el Atlántico,
cargadas de oro y plata arrancados a las entrañas de América. Reconocían en Cuba,
en el Caribe, y en la Tierra Firme, un espacio comprometido
con la defensa de la paz, libre también, por común acuerdo, de armas nucleares.
En el trasfondo de tan prístina
declaración, intervienen también razones de orden histórico y cultural. Con
palabra profética José Martí
percibió temprano que el centro de gravitación del mundo comenzaba a abandonar
a Europa y se trasladaba, con paso
de siete leguas, a la otra orilla del Atlántico.
Vivió en Estados Unidos sin perder
un minuto en el estudio de una sociedad que abría numerosas interrogantes al
porvenir. Observó las ansias de expansión y comprendió las intenciones ocultas
tras la Conferencia Monetaria Panamericana. «Con los pobres de la tierra /
quiero yo mi suerte echar», afirmó, asimismo, el Maestro. Por eso «patria es humanidad».
José Martí empleó
simultáneamente la lupa y el catalejo. Fundó la unidad desde
abajo. Llevó su oratoria incandescente a los círculos de trabajadores e
introdujo el periódico Patria en Cuba de manera clandestina. Tuvo que
valerse de los recursos del conspirador. Los detalles descubiertos a través de
la lupa
le permitieron valorar a los hombres y las mujeres en la medida exacta de cada
cual. Así lo demuestra su extensísimo epistolario. Sabe tocar la fibra sensible
de cada persona y puede resultar ríspido cuando lo considera necesario. El catalejo
se proyecta hacia la más prestigiosa prensa hispanoamericana de la época. En Nuestra América, la Isla se inscribe en el proyecto
continental.
En cada caso, con precisión de
artesano, tiene en cuenta los rasgos característicos del interlocutor deseado.
En otro tiempo, Fidel procedió con
similar estrategia. La historia me
absolverá se distribuyó de mano en mano. Del conocimiento de ese programa
surgió el compromiso de los futuros combatientes de la Sierra y el Llano, así
como su extensa retaguardia.
Después del triunfo de la Revolución acudió a la
pantalla de la televisión para convocar a la reflexión y al diálogo íntimo
mientras andaba por las calles y frecuentaba la Universidad. Al revisar nuevamente su discurso pronunciado en la ONU en septiembre de 1960, podemos desentrañar aspectos
esenciales de su estrategia comunicativa. La campaña contrarrevolucionaria
había alcanzado una temperatura altísima dirigida a satanizar la imagen del
proceso transformador recién iniciado. La tribuna internacional ofrecía el
espacio ideal para romper el cerco mediático. Pero el orador había identificado
a sus interlocutores verdaderos en aquella sala repleta. Eran los recién llegados,
representantes de antiguas colonias que estaban conquistando su independencia
política. El catalejo se orientaba hacia el Tercer Mundo. El llamado de ese día al cese de la filosofía del
despojo tiene hoy más vigencia que nunca. Con las armas listas para la defensa
necesaria, el país reafirmaba su vocación por la paz.
Por su historia y por su cultura, por su solidaridad con los oprimidos, por sus pequeñez altiva, por el empleo de la lupa y el catalejo en favor de la construcción de un proyecto original, atemperado a las realidades de nuestra América, La Habana se sitúa en la encrucijada simbólica, abierta a la paz y a la esperanza, tesoros inapreciables para el diseño de un porvenir mejor.
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