Vivimos entre trillones de datos, una enormidad silenciosa en formato alfanumérico. Desde las geolocalizaciones en GPS hasta la más insignificante transacción comercial mediante tarjeta de crédito o débito en la tienda de la esquina deja una huella digital que es procesada inmediatamente por el sistema capitalista a través de las empresas o bien por instancias gubernamentales.
Los datos masivos (big data) nos controlan colectiva e individualmente. Nuestras costumbres, actitudes, pensamientos y estados de ánimo son registrados mediante sensores urbanos y por medio de las redes sociales al instante, en tiempo real. La vida humana deja rastro en cualquier actividad íntima o pública.
Esta nueva situación refleja un cambio de paradigma revolucionario. En la era analógica, la ciencia centraba sus esfuerzos en desvelar el por qué de la realidad, sus causalidades lógicas y su compleja profundidad. Con el advenimiento de los datos masivos, el qué ha pasado a convertirse en el eje sobre lo que todo gira. Su totalidad apabullante solo señala y marca tendencias generales: la realidad es lo que es, una tautología que se define a sí misma sin más atributos intrínsecos. No precisa de la exactitud para se útil al sistema imperante.
La estadística es la primera disciplina científica actual. Todo se reduce a establecer correlaciones útiles o señeras entre señales dispares que emanan de la comparación, muchas veces arbitraria, entre grandes conjuntos de big data. Las correlaciones nos dicen qué está pasando pero nunca se preguntan ni arrojan luz ni ofrecen resultados satisfactorios sobre los antecedentes o causas de un hecho determinado.
Estamos embarcados en una travesía donde origen y destino han dejado de ser puntos de referencia. El camino lo es todo, un viaje desde ningún sitio a ninguna parte que puede ser medido hasta sus últimas consecuencias.
Estoy aquí y ahora es lo máximo que pueden decir los big data de cualquier proceso humano. Eso sí, se trata de un aquí y ahora formado por innumerables puntos de información: físicos, psíquicos y existenciales. Es un estado ultradigital datificado en extremo, rigurosamente, a conciencia.
Lo más alarmante, no obstante, es que ofrecemos nuestra intimidad de modo gratuito, sin recabar en que estamos regalando nuestro ser a cambio de nada. Sobrevivimos en una constante alienación de nuestra esencia humana. Nos dejamos manipular en nombre de una quimera llamada libertad capitalista.
Ese control latente tan exhaustivo y voraz permite al sistema prevenir cualquier atisbo de rebeldía que pudiera poner en entredicho la dictadura digital en la que vivimos inmersos. Mientras nuestros actos, por nimios que sean, se produzcan dentro de los cauces establecidos jamás saltarán las alarmas del régimen capitalista. Cualquier vestigio de anomalía será visto e interpretado dentro de las tendencias generales como un virus peligroso y el sistema tendrá todos los datos precisos para localizar y neutralizar su posible extensión social.
Ciertamente, los big data por si solos no podrían mantener el sistema en un equilibrio y estabilidad perfectos. Los datos masivos no son más que la parte del iceberg escondida o sumergida en el proceloso océano de la compleja realidad sociopolítica. La parte visible es la comunicación cotidiana y la ideología que se imparte desde los medios de comunicación más poderosos del sistema capitalista.
La información que se vierte a diario conforma las tendencias de uso genérico y el marco de referencia a seguir por las multitudes. El procesamiento de los big data mide la adhesión o conformidad más o menos reticente de la gente a los ítems inoculados por los mass media.
Instalándonos en la actualidad mundial, varios son los temas estrella que explican el devenir de nuestro tiempo: Ucrania, Irak, Israel y África, únicamente por citar los más relevantes. Son los grandes relatos del aquí y ahora ideológico capitalista que mantienen la tensión a favor del mejor de los mundos posibles representado por Occidente.
África y el brote mortal del Ébola. El mensaje es claro: la infección (toda infección susceptible de subvertir los valores progresistas occidentales) viene de la pobreza, del Tercer Mundo, del subdesarrollo, de la barbarie salvaje. Los inmigrantes son portadores de vilezas y bacterias tremendamente nocivas para el bienestar occidental.
Israel y el conflicto con Palestina es un factor clásico de la hegemonía de EE.UU. y los preceptos capitalistas encarnados en las democracias dirigidas de corte parlamentario. Estamos ante un problema insoluble porque así se quiere y desea: las fragrantes violaciones de los derechos humanos por parte de Israel son más que evidentes. En realidad, su fuerza bélica podría desmenuzar a Palestina y hacerla desaparecer del mapa de manera inmediata. Sin embargo, el conflicto se mantiene sine die porque la globalización capitalista y su geoestrategia necesitan del país judío como base de sus operaciones de sometimiento en toda la zona de Oriente Próximo. La asimetría de fuerzas es colosal. Los asesinatos israelíes están fuera de toda duda.
Irak, y ahora el incipiente concepto Estado Islámico, es otra vía creada ad hoc por Occidente para seguir interviniendo en los países árabes. El fundamentalismo musulmán es una excusa flexible de amplio espectro que se utiliza a conveniencia de los intereses propios de EE.UU. y Europa. Si los países árabes erradicaran el integrismo y fueran capaces de instaurar democracias sociales y políticas plenas en sus territorios, la hegemonía occidental sufriría un duro revés en sus intereses estratégicos. Mejor que se maten entre los propios árabes para seguir colonizando y explotando sus recursos naturales a placer.
El cuarto foco de la actualidad se dirime en Ucrania, donde un gobierno fascista ayudado por Europa y EE.UU. hace de contrapeso a Rusia para crearle dificultades internas añadidas y frenar así su posible rol como agente internacional independiente que limite la hegemonía del imperio yanqui y su adlátere seguidista de la Unión Europea. Rusia es un chivo expiatorio que en el imaginario popular continúa representando el comunismo de vieja estirpe tradicional.
Los grandes relatos de la posmodernidad neoliberal pretenden mantener una tensión ideológica favorable a las tesis capitalistas avaladas por el dueto de las derechas de siempre y de las socialdemocracias de tinte reformista, los dos pilares que sustentan las democracias bipartidistas occidentales.
Los negros inmigrantes, los palestinos irredentos, los fundamentalistas árabes y los rojos comunistas rusos son categorías negativas que alimentan una tensión ficticia en las sociedades occidentales jugando a favor del establishment corporativo transnacional. Los problemas domésticos, personales y la crisis se subsumen políticamente en el escenario descrito, desvirtuando la feroz lucha de clases que está provocando el neoliberalismo dentro de las sociedades del bienestar occidentales nacidas tras la hecatombe de la segunda guerra mundial.
Mientras haya enemigos exteriores fuertes, el miedo inducido a la masa hará olvidar la corrupción de los políticos subalternos del gran capital y la explotación laboral diaria. Los hipotéticos conatos de rebeldía serán medidos al instante por los big data. Por el momento, no hay escapatoria viable a corto plazo. Ni colectiva ni individualmente.
Recuerda amiga lectora o amigo lector que con tan solo posicionar tu cursor en este artículo estás ofreciendo información al gran hermano de los big data omnicomprensivos del sistema capitalista. Antes de compartir este texto u ofrecer un me gusta en facebook, piénsatelo con detenimiento. Vivimos en un régimen de libertad vigilada: lo que se sale de la norma siempre es tratado como una anomalía a neutralizar. Si la excepción crea tendencia, la actitud crítica se encuadra dentro de otras categorías más peligrosas: terrorista, comunista o rebelde a secas. Tu miedo personal dictará qué opción tomar.
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