El 2018 se anuncia también como un año de lucha, en el que se
continuará dibujando el mapa geopolítico de la región. Sin embargo,
lejos están de la realidad los pronósticos de algunos en este 2017 sobre
el fin del ciclo progresista y el regreso a la «larga noche neoliberal»
que empobreció a millones de latinoamericanos y caribeños y dejó en la
ruina a naciones enteras.
Las turbulencias que se divisaron en el norte este 2017 ratificaron
que la unidad e integración regionales resultan imprescindibles para
América Latina y el Caribe en su propósito de continuar avanzando por la
senda del desarrollo en paz.
Como candidato a las elecciones del año pasado, el magnate
republicano Donald Trump defendió una política agresiva contra los
migrantes y enarboló como una de sus promesas de campaña la construcción
de un muro en la frontera con México.
Desde su llegada a la Casa Blanca se ha negado a renovar los permisos
y visados que le dan amparo a millones de latinoamericanos y caribeños
en Estados Unidos y, aunque no ha conseguido los fondos, se mantiene en
su empeño de cerrar a cal y canto su frontera sur, obligando a los
migrantes a tomar rutas aún más peligrosas.
Trump también perfiló sus intenciones con América Latina y el Caribe
al anunciar un cambio de política hacia Cuba que fortalece la aplicación
del bloqueo. Esa estrategia de agresión es anualmente rechazada por la
comunidad internacional (incluidos todos los países de nuestra región),
carece de apoyo entre la opinión pública estadounidense e incluso es mal
vista por la mayoría de la comunidad cubana en ese país.
La escalada en las agresiones de la nueva administración
estadounidense, incluida la amenaza del uso de la fuerza contra naciones
soberanas de la región, así como el avance coyuntural de la
ultraderecha local, configuraron un escenario político convulso durante
el año que concluye.
LA RESISTENCIA DE VENEZUELA
Este año fue testigo de la resistencia heroica del pueblo y el
gobierno venezolanos, que se vieron enfrentados a una guerra económica
interna, agravada por una injusta e ilegal ronda de sanciones
internacionales.
La activación de la Asamblea Nacional Constituyente a finales de
julio pasado marcó un punto de giro para la nación bolivariana. La
apuesta del presidente Nicolás Maduro de entregar el futuro del país a
la decisión popular puso freno a los intentos violentos y dejó al país
en mejores condiciones para lidiar con las problemáticas económicas y
estructurales, heredadas de décadas de rentismo petrolero.
Por otra parte, las maniobras internacionales contra Venezuela,
fundamentalmente en el seno de la OEA, chocaron a lo largo del 2017 con
la posición digna de un grupo de naciones que no se sometieron a las
presiones de Washington ni a las manipulaciones del secretario general
del organismo, el uruguayo Luis Almagro.
En ese sentido, destaca la entereza de las naciones insulares del
Caribe, que sufrieron chantajes y amenazas por mantener sus posiciones
de principio respecto a Venezuela.
ALBA REJUVENECIDA
A finales de este año, La Habana fue sede de la celebración por el
XIII aniversario de la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra
América y de la XVI reunión de su Consejo Político. Ambos espacios
permitieron pasar balance de los éxitos del mecanismo de integración,
basado en la solidaridad y la complementariedad de las economías de la
región.
Los países miembros reconocieron el legado de dos grandes figuras
latinoamericanas y caribeñas, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y
el líder bolivariano Hugo Chávez, de cuya visión unitaria surgió el
ALBA.
«Sin la fundación del ALBA, sin la consolidación del ALBA hubiera
sido imposible la fundación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (Celac)», reconoció el presidente Nicolás Maduro en su
discurso en el Palacio de Convenciones el pasado 14 de diciembre.
Con 13 años de historia, el bloque sigue apostando por la unidad
dentro de la diversidad y constituye un baluarte para la consolidación
de América Latina y el Caribe como zona de paz, tal cual fue proclamado
en La Habana en el año 2012, durante la II Cumbre de la Celac.
UN CARIBE UNIDO
Además de los intentos injerencistas de algunas potencias, que se
mantienen en pleno siglo XXI, las naciones del Caribe sufrieron en el
2017 los embates de la naturaleza, cuya inusitada intensidad guarda una
relación directa con los efectos del cambio climático.
Los huracanes Irma y María, separados por escasos días, alcanzaron la
máxima intensidad y dejaron a su paso una estela de lamentables
pérdidas de vidas humanas y destrucción de hogares e infraestructura
vital.
La fuerza de los vientos y la magnitud del desastre puso a prueba las
instituciones caribeñas y también la solidaridad internacional. Lo
cierto es que la primera ayuda en arribar a las zonas más dañadas
provino de los países vecinos.
A pesar de sufrir también el impacto de Irma en buena parte de su
territorio nacional, Cuba ofreció ayuda a las islas más afectadas, entre
ellas Dominica y Antigua y Barbuda.
Además de enviar por vía marítima ayuda humanitaria urgente,
electricistas, constructores y trabajadores forestales se sumaron a los
médicos de las brigadas permanentes para ayudar en las tareas de
recuperación en las que están inmersas ambas naciones.
En la VI Cumbre Cuba-Caricom, efectuada en la isla de Antigua y
Barbuda, el General de Ejército Raúl Castro reafirmó que «el Caribe
siempre podrá contar con Cuba», que está dispuesta a continuar
compartiendo con sus hermanos caribeños los recursos a su alcance.
Puerto Rico también fue golpeado por la furia de los huracanes,
destapando sus vulnerabilidades y las deficiencias del sistema colonial.
Las afectaciones en este Estado Libre Asociado estadounidense
ascendieron a 90 000 millones de dólares, que se sumaron a la deuda
pública que tiene con Wall Street de unos 74 000 millones de dólares. A
varios meses de los sucesos, la recuperación de la isla va en cámara
lenta. Un gran por ciento de la población aún carece de electricidad y
de agua potable.
MIRADA AL SUR
Una rápida mirada al sur de nuestro continente –ese que, más allá de
la geografía y siguiendo a José Martí, va del río Bravo a la Patagonia-
nos ofrece un panorama que dista mucho de ser homogéneo.
Por un lado, la derecha continental logró éxitos coyunturales en algunos países, donde ya comienzan a notarse los retrocesos.
Los aumentos de las tarifas en los servicios públicos y la reducción
de las pensiones, por citar un ejemplo, mostraron el verdadero rostro de
la administración neoliberal de Mauricio Macri, en Argentina.
En Brasil, tras el golpe de Estado contra la mandataria electa Dilma
Rausseff, la legislación laboral retrocedió más de un siglo y millones
de personas sufren ahora los efectos del abandono del Estado. A pesar de
los intentos de bloquear la candidatura del exmandatario Luiz Inácio
Lula da Silva, el líder del Partido de los Trabajadores lleva un cuerpo
de ventaja sobre los aspirantes de la derecha brasileña a las elecciones
del próximo año.
Por su parte, México se enrumba a las presidenciales de julio del
2018 con Andrés Manuel López Obrador en la cúspide de las intenciones de
votos. Las propuestas de su partido, Movimiento de Regeneración
Nacional (Morena), han calado en medio de la inseguridad, la corrupción
institucionalizada y los vientos que soplan de Estados Unidos. La nación
azteca sufrió también este año duras pruebas, incluida una serie de
terremotos que dejaron cientos de fallecidos y miles de millones de
dólares en pérdidas económicas.
En Chile, el derechista Sebastián Piñera recuperó la presidencia,
pero la verdadera noticia en la primera vuelta de los comicios fue el
espectacular resultado del Frente Amplio de Beatriz Sánchez. El tercer
lugar obtenido, con cerca del 20 % de los votos, demuestra que un
programa de cambios profundos tiene arraigo en el país que se vende como
la vitrina del neoliberalismo en la región.
Por otro lado, hay varios procesos en marcha que demuestran la
validez de las transformaciones sociales para dejar atrás el pasado de
subdesarrollo de nuestra región.
Nicaragua, con el Frente Sandinista de Liberación Nacional al Frente,
mantiene una de las tasas de desarrollo más altas de nuestro
continente, cercanas al 5 %, y continúa transformando la realidad de una
de las naciones más pobres de América Latina. Asimismo, la Bolivia de
Evo Morales resulta una evidencia de cuánto pueden avanzar los países
que recuperan el dominio de sus recursos naturales y los ponen en
función del desarrollo social.
En El Salvador, el presidente Sánchez Cerén, quien se defiende de los
traspiés de la derecha, logró reducir los índices de violencia y dejar a
su país en mejores condiciones para atraer inversiones y desarrollar la
economía.
Pero, sobre todo, el 2017 fue testigo de la fuerza de los pueblos.
Decenas de miles de personas salieron a protestar en Honduras contra la
oficialización de la victoria del presidente Juan Orlando Hernández, en
unas elecciones ensombrecidas por las denuncias de fraude. El candidato
opositor, líder de una alianza política progresista y contra la
dictadura, Salvador Nasralla, defiende que fue el candidato más votado
por los hondureños y anunció una nueva etapa de resistencia social para
el próximo año.
También en las calles se defendieron los derechos de la dirigente
argentina Milagro Sala, que ha sufrido persecución política en su país, y
además se denunció la desaparición forzada del joven Santiago
Maldonado.
El 2018 se anuncia también como un año de lucha, en el que se continuará dibujando el mapa geopolítico de la región.
Sin embargo, lejos están de la realidad los pronósticos de algunos en
este 2017 sobre el fin del ciclo progresista y el regreso a la «larga
noche neoliberal» que empobreció a millones de latinoamericanos y
caribeños y dejó en la ruina a naciones enteras.
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