No se conoce con precisión qué significa la palabra «mambí» ni
tampoco su origen. ¿Dominicano? ¿Brasileño? ¿Congo? El caso es que
parecen ser varias las etimologías del término, y al cabo es un solo
significado. Para unos era el nombre que se daba a los indios que se
rebelaban contra sus caciques y se ocultaban en los bosques. Era en
Santo Domingo sinónimo de «rebelde» o «cimarrón», y equivalía a «jíbaro»
en Perú, en tanto que en Brasil se llamaba así al animal cerrero, sin
cortes ni marcas que indicaran que tenía dueño. En congo, asevera el
polígrafo cubano Fernando Ortiz, significaba «hombre malo»,
«abominable», «cruel», «sucio», «malvado». Una palabra como esa,
despreciativa e injuriosa, era la que, en congo, utilizaban los
poderosos para designar a los que se oponían a sus designios. Mambises
llamaron los colonialistas españoles a los insurrectos cubanos. Para
ellos, los miembros del Ejército Libertador eran viles, viciosos,
dañinos… rebeldes y por lo tanto mambises, en definitiva. No supieron
los españoles que los cubanos asumirían la denigrante palabreja como un
título de gloria.
Esos mambises mal armados y harapientos derrotaron en toda la línea
al poderoso ejército español, mandado por la flor y nata de sus
generales. Fue una lucha que comenzó el 10 de octubre de 1868, inicio de
la llamada Guerra de los Diez Años, se prolongó poco después con la
Guerra Chiquita y luego de un período de «reposo turbulento» o «tregua
fecunda», se reinició el 24 de febrero de 1895.
Aunque hubo antecedentes, el más notable de estos el de Joaquín de
Agüero, que protagonizó el primer enfrentamiento armado contra el
colonialismo español, el 13 de julio de 1851, se cumplen ahora 150 años
del inicio de las gestas por la independencia cubana.
La campaña más grande
La guerra reiniciada en 1895 se prolongaría hasta 1898. España tenía
en la Isla, entre tropas regulares y paramilitares, más de 90 000
efectivos. Poco después llegaban 117 000 hombres de refuerzo. El capitán
general Martínez Campos, vencedor en la Guerra de los Diez Años, se
percata de que Cuba se ha perdido para España y que la metrópoli no
tiene otro camino que el de arrasar la Isla. Por eso viene a sustituirlo
el sanguinario Valeriano Weyler. Madrid insiste en que luchará en Cuba
«hasta el último hombre y la última peseta» y Weyler tendrá bajo su
mando a casi 250 000 hombres, el ejército más grande que hasta entonces
tuvo España en América. Se anota logros parciales y puede asestar a la
revolución algún que otro golpe demoledor, pero fracasa a la postre. Su
sustituto, el general Blanco Erenas, que había logrado sofocar la Guerra
Chiquita, enarbolaría una política de apaciguamiento, pretendida
reconciliación que no se vio acompañada de la reducción de tropas.
Blanco tuvo en campaña a 1 500 hombres más que Weyler, y aunque el
número de tropas regulares disminuyó bajo su mando, aumentaron los
paramilitares, lo que hizo que en ese momento España contara en Cuba con
una fuerza superior a los 278 000 efectivos, la más alta de toda la
contienda.
Noventa y dos generales españoles pasaron por Cuba entre 1895 y 1898.
Eran hombres experimentados en la teoría y en la práctica de las armas.
El valor y el honor primaron en la mayoría de ellos, que luchó en
defensa de sus intereses patrios. Eso engrandece todavía más a nuestros
mambises, capaces de derrotar a los principales estrategas y tácticos de
su época.
Los ingleses llamaron a Máximo Gómez, general en jefe del Ejército
Libertador, «el Napoleón de la guerrilla». No alcanza la palabra para
describir el genio militar de los mayores generales Antonio Maceo y
Calixto García. Sin el concurso del Ejército Libertador y la clara
estrategia de Calixto, hubiera sido muy difícil a las tropas
norteamericanas derrotar a los españoles cuando en 1898 irrumpieron en
la guerra de Cuba contra España para lastrar a la postre la soberanía
cubana sobre la Isla. Un hecho revela como pocos el arrojo y la valentía
de los mambises que, con hambre y miseria sin cuento, se enfrentaron al
armamento más poderoso de la época. Durante la invasión de Oriente a
Occidente, entre marchas y contramarchas, los insurrectos cubanos, unos a
pie y otros a caballo, recorrieron 1 700 kilómetros y mantuvieron no
menos de 27 combates de envergadura en 76 días. Es la campaña militar
más grande habida en América Latina, una hazaña que cubrió de gloria a
un ejército que asumía con orgullo la palabra con que los españoles
pretendían denigrarlo.
Recuento
El alzamiento, en la región oriental de la Isla, de Carlos Manuel de
Céspedes, Padre de la Patria, el 10 de octubre de 1868, es pronto
secundado por patriotas de otras provincias. Combatientes de los tres
frentes de guerra se reúnen el 10 de abril de 1869, y constituidos sus
representantes en asamblea nacional redactan una Constitución
democrática y proclaman la República. La lucha será encarnizada.
Cuesta a España 95 000 hombres que mueren en combate o por
enfermedades, y el desembolso de unos 250 millones de pesos. Cuenta el
Ejército Libertador cubano con unos 8 000 efectivos y llevan adelante
una gesta que asombra al mundo, como reconoce el capitán general español
Arsenio Martínez Campos. Pero la guerra a la postre se hace
insostenible y finaliza con el llamado Pacto del Zanjón, el 10 de
febrero de 1878.
No todos los patriotas aceptan el cese de las hostilidades. El mayor
general Antonio Maceo, con la llamada Protesta de Baraguá —15 de marzo
de 1878— deja muy claro que hay cubanos inconformes con el Pacto porque
no reconoce la independencia ni contempla la abolición total de la
esclavitud, términos fundamentales de la Revolución. El 23 de marzo se
rompen de nuevo las hostilidades que cesarán el 21 de mayo, en Loma
Pelada, a orillas del río Barigua, en Santiago de Cuba.
Resuenan de nuevos los fusiles y relucen los machetes entre 1879 y
1880. Es la llamada Guerra Chiquita. Se mantiene sobre todo en la mitad
oriental de la Isla. Sobrevienen después los pronunciamientos de Ramón
Leocadio Bonachea y Limbano Sánchez.
Mientras en Estados Unidos, José Martí, Apóstol de la Independencia,
sienta las condiciones para lo que él llama la Guerra Necesaria y
organiza el Partido Revolucionario Cubano. Es una guerra que más allá de
la independencia de la Isla, dice, redundaría en favor de América y del
mundo y evitaría que Washington terminara apoderándose de las Antillas.
La insurrección, desatada como ya se dijo, el 24 de febrero de 1895,
prende rápido en casi toda la Isla. Pronto llegan a Cuba sus principales
líderes y se reúnen en La Mejorana. Muere Martí, el 19 de mayo, en un
enfrentamiento con una tropa española. El 23 de enero de 1896, el mayor
general Antonio Maceo da por concluida, en el extremo occidental de
Cuba, la Invasión que partió de Oriente, y muere en combate en ese mismo
año, el 7 de diciembre.
En febrero de 1898, por causas aún no bien precisadas, explota en la
bahía de La Habana el crucero norteamericano Maine, pretexto que utiliza
Washington para intervenir en la guerra cubano-española, intervención
que cambiará el curso de los acontecimientos.
Generales
La antigua provincia de Oriente es el territorio que más generales
aportó al Ejército Libertador cubano desde 1868. Le siguen Las Villas y
Camagüey, y luego La Habana, Matanzas y Pinar del Río. Hubo además
generales no cubanos: siete venezolanos y siete dominicanos llevaron en
sus solapas las estrellas de general, y lo fueron asimismo seis
españoles, tres mexicanos, dos colombianos y dos norteamericanos, además
de un polaco, un francés, un puertorriqueño y un chileno.
Vale recordar en este aniversario 150 de la guerra que de los
generales del Ejército Libertador, 13 fueron abogados, y médicos otros
13. Hubo cinco maestros y cuatro periodistas; cinco dentistas y dos
ingenieros. Un veterinario, dos doctores en Farmacia y un doctor en
Filosofía y Letras. Suman 220 los generales de la independencia cubana.
Se afirma que el más joven —28 años— fue Juan Bruno Zayas. Lo fue en
el momento de su ascenso porque, aun sin ánimo de ser exhaustivo, con
esa misma edad eran generales Antonio Maceo y Rafael de Cárdenas, y
también con 28 recibió Agramonte su designación como mayor general.
Flor Crombet accedió al generalato con 27, al igual que Gerardo Machado, y Calixto García (hijo) con 24.
A veces, durante las guerras cubanas, hay en una sola familia más de
un general o un oficial superior. Mayor general fue el holguinero Julio
Grave de Peralta y general de brigada su hermano Belisario.
Entre los Sánchez Agramonte hay dos generales de brigada y un
coronel. José Joaquín, hermano del mayor general Serafín Sánchez
Valdivia, era general de brigada. Primos los mayores generales Luis y
Perucho Figueredo, y fueron coroneles dos de los hermanos de Mario
García Menocal. Carlos Manuel de Céspedes y su hermano Francisco Javier
fueron mayores generales, y coroneles otro hermano, un sobrino y uno de
los hijos mayores del Padre de la Patria, en tanto que su vástago menor,
ya en la guerra del 95, lució el grado de teniente coronel.
El mayor general José Maceo participó en más de 500 acciones
combativas y recibió 19 heridas de guerra. Su hermano Antonio intervino
en más de 600 combates, 200 de ellos de gran significación.
Su cuerpo estaba marcado por 27 cicatrices. De estas, 21 corresponden a la contienda del 68.
Las balas no lo matan
Acciones heroicas hay muchas en esos años de guerra. A modo de
ejemplo vaya esta, que más que historia parece cosa de leyenda. Yace
Antonio Maceo, casi moribundo, en la hamaca de un hospital de campaña.
Tiene en el pecho una herida del tamaño de un puño y una mano
prácticamente destrozada. Se hacen esfuerzos desmedidos por salvarlo
cuando la columna española del general González Muñoz, perseguidor
incansable del Titán, se hace presente en el lugar. Ayudado por su
esposa María Cabrales, su hermano José y otros combatientes, logra Maceo
dejar la hamaca y subir a un caballo. Se esfuma, a todo galope, ante
los ojos de los que daban como segura su captura.
Poco después, el capitán general Arsenio Martínez Campos informaba a
Madrid: «Creí habérmelas con un mulato estúpido, con un rudo arriero,
pero me lo encuentro transformado no solo en un verdadero general, capaz
de dirigir sus movimientos con tino y precisión, sino en un atleta que
en momentos de hallarse moribundo en una camilla, es asaltado por mis
tropas y abandonando su lecho se apodera de un caballo, poniéndose fuera
del alcance de los que lo perseguían».
Así era Maceo. Como decía el coronel Francisco Camps en sus memorias: «Un hombre a quien las balas no matan».
Sobre estos y otros temas volverá el escribidor en este aniversario 150 de las Guerras.
http://www.juventudrebelde.cu/suplementos/el-tintero/lectura/2018-01-06/hitos-de-la-guerra
Publicado por: David Díaz Ríos / CubaSigueLaMarcha.blogspot.com
http://www.juventudrebelde.cu/suplementos/el-tintero/lectura/2018-01-06/hitos-de-la-guerra
Publicado por: David Díaz Ríos / CubaSigueLaMarcha.blogspot.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario