1ro de enero de 1959. Triunfo de la Revolución Cubana
Amar las glorias pasadas
«… para que perdurase y valiese
para que inspirase y fortaleciese,
se debía escribir la historia».[1]
José Martí
Qué hacer, desde la educación, para volver irreversible el proceso revolucionario cubano? Esa es la provocadora pregunta con que invita a reflexionar un colaborador de Soy Cuba, máster en Cultura Económica y Política para quien es necesario buscar antídotos contra la vaga memorización, la verbosidad estéril, las consignas vacías, los recetarios de hechos y cronologías que no remueven las emociones de nuestros niños, adolescentes y jóvenes.
El 17 de noviembre de 2005, desde la histórica Aula Magna de la Universidad de la Habana, como un campanazo de alerta a todos los cubanos el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz reflexionaba sobre el futuro de la Revolución y la responsabilidad de las nuevas generaciones en preservarla:
«Les hice una pregunta, compañeros estudiantes, que no he olvidado, ni mucho menos, y pretendo que ustedes no la olviden nunca, pero es la pregunta que dejo ahí ante las experiencias históricas que se han conocido, y les pido a todos, sin excepción que reflexionen: ¿Puede ser o no irreversible un proceso revolucionario? Cuando los que fueron de los primeros, los veteranos, vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas generaciones de líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo? Si nosotros al fin y al cabo, hemos sido testigos de muchos errores, y ni cuenta nos dimos».[2]
¿Qué hacer y cómo hacerlo? Esa ha sido la convocatoria permanente en todos estos años por la máxima dirección de la Revolución y el Partido. Y la mejor manera de enfrentar los retos que los albores del siglo XXI han puesto ante nosotros es precisamente —al decir de Armando Hart Dávalos— «profundizando y enriqueciendo la conciencia histórica».
Es necesario estimular el pensamiento junto a los sentimientos, formular nuevas interrogantes como antídoto principal ante la vaga memorización, la verbosidad estéril, las consignas vacías, los recetarios de hechos y cronologías que no remueven las emociones de nuestros niños, adolescentes y jóvenes.
Debemos reformular conceptos pedagógicos, de manera que los objetivos propuestos estén en consonancia con las exigencias de nuestra sociedad y los desafíos de la contemporaneidad. La hora actual que vive Cuba nos obliga a preservar la memoria histórica y a trasmitir ese legado una generación a la siguiente.
El conocimiento de la Historia hay que alcanzarlo, no para vencer una comprobación en la clase, sino para unir mente y corazón en profundos sentimientos durante la vida. Escudriñar de manera creadora y atractiva cada enseñanza, revelar los valores, sacrificios, aciertos y desaciertos contribuye, mas que relatar lo pretérito, a extraer todas las lecciones, para no cometer los errores anteriores, si tenemos en cuenta que pasado y futuro se entrelazan en un eterno presente.
Para ello el maestro debe ser un permanente investigador con rigor científico y ni con esto es suficiente porque la historia es necesario vivirla, sentirla y amarla. Nadie puede trasladar lo que no conoce y menos lo que no siente.
La historia de la Patria es preciso enseñarla al ritmo de la vida, con toda objetividad, transitando por los valores y errores de los seres humanos que la protagonizan, con sus conflictos, contradicciones, luces y sombras; profundizando en lo trascendente, en lo que nos distingue como cubanos, reencontrándonos en sentimientos, actitudes y comportamientos consecuentemente revolucionarios.
Como vislumbrara Fidel en el centenario del inicio de nuestras luchas por la independencia: «Nada nos enseñará mejor a comprender lo que es una revolución, nada nos enseñará mejor a comprender el proceso que constituye una revolución, nada nos enseñará mejor a entender qué quiere decir revolución, que el análisis de la historia de nuestro país, que el estudio de la historia de nuestro pueblo y de las raíces revolucionarias de nuestro pueblo».[3]
Una verdadera clase de historia tiene que contribuir necesariamente a formar sentimientos morales y patrióticos. Esta debe estar llena de poesía, hacer que nuestros niños y jóvenes piensen y sientan como los grandes hombres y mujeres de nuestro país «(…) que sufran con sus derrotas y gocen con sus triunfos (…)»[4], en fin, que admiren la historia de su pueblo.
Es necesario acentuar además, la importancia de la vinculación de su enseñanza con lo local para un mejor conocimiento y asimilación de lo nacional porque allí está la porción de patria más cercana.
La historia de Cuba es además un manantial inagotable de valores[5] que pueden y deben ser trasmitidos. Estudiar la historia es una forma de adquirir valores y de inspiración revolucionaria; de manera que las nuevas generaciones tengan la máxima conciencia de su papel, de lo que pueden hacer por su país, por la Revolución, y por su futuro, «que sepan beber de la historia; sepan alimentarse de la gloria de nuestra patria, de sus tradiciones, de sus valores, como se alimentan los niños del pecho de las madres»[6].
No olvidemos jamás la irrefutable idea de nuestro Héroe Nacional José Martí que resume el por qué Historia, Revolución y Juventud son términos inseparables: «De amar las glorias pasadas, se sacan fuerzas para adquirir las glorias nuevas».[7]
Vea también:
Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005.
[1] Martí Pérez, José. Obras Completas. Carta a Manuel de la Cruz, Nueva York, 3 de junio de 1880, Epistolario, t. 2, p. 204.
[2] Castro Ruz, Fidel. Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe el 17 de noviembre del 2005, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. Aparece en el libro Podemos construir la sociedad más justa del mundo. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2005.
[3] Castro Ruz, Fidel. Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe en la Velada Conmemorativa por el Centenario del Inicio de nuestras luchas por la Independencia, 10 de octubre de 1968.
[4] Guerra, Ramiro. Ob. cit., p. 21.
[5] Ver en: Castro Ruz, Fidel. Instituto de Historia de Cuba y Centro de Estudios Martianos: Fidel Castro y la historia como ciencia (compilación), t. 1, La Habana, 2007, pp. 198- 200.
[6] Castro Ruz, Fidel. Discurso pronunciado en la Clausura del Acto Central por el 26 de julio en Santiago de Cuba, 1998.
[7] Martí, José. “Carta de New York”, La Opinión Nacional, (14de nov. de 1881), Obras Completas, t. 9, p.88.
Perfil del Autor / Roilán Rodríguez Barbán /
Colaborador de Soy Cuba. MSc. Cultura Económica y Política. Dirigente del PCC en el municipio capitalino de Habana del Este.
soycuba@juventudrebelde.cu
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