Oficialistas / Autor / internet@granma.cu
En busca de doblegar la cohesión de los cubanos se han ensayado variadas alternativas divisionistas, entre estas, la más burda se ha enfrascado en la creación de agrupaciones efímeras, y apenas conformadas por un reducido número de mercenarios dudosamente creíbles y poco capaces de aglutinar cantidades importantes de personas, por lo cual nunca resultaron, ni resultarán, vías exitosas para la tan ansiada escisión.
Sin embargo, en los últimos años, la labor desplegada por los ideólogos del imperialismo, a la vez que no ha descartado la fabricación de «disidentes» mediáticos, se ha encaminado a incentivar o aprovechar otras aristas menos evidentes del asunto, tratando de acudir a temas raciales, de género, religiosos e incluso geográficos.
Intentos subversivos que han sido tratados con profundidad en numerosos espacios de nuestra prensa plana, digital y televisiva, y en los cuales no me detendré, para pasar directamente a la cuestión que deseo tocar y que es, según mi punto de vista, una vía sutil, pero peligrosa, para marcar alejamientos entre «soldados que andan combatiendo en la misma trinchera».
El asunto viene enmascarado en un término usado con marcada intención peyorativa, y es el empleo de «oficialista» para tratar de establecer una trocha insalvable entre todo el que desempeña una responsabilidad estatal, de orden fundamentalmente ideológico, y las masas con las cuales debe interactuar.
Esta locución ha sido «cuidadosamente sembrada» para que germine en una especie de estereotipo dinámico insertado en los argumentos de muchos que hoy sustentan cualquier tipo de crítica sobre la base de satanizar automáticamente a quienes usen, dentro de sus herramientas de dirección, las normas, leyes o preceptos estructurados por el Estado.
Según los «antioficialismo», solo resultan válidas y atractivas aquellas propuestas o formas de agrupación que supuestamente constituyen «manifestaciones de libertad expresiva, sin ataduras legales o compromisos establecidos», y digo supuestamente, porque es de ingenuos creer que en el enconado conflicto de ideas que se sostiene actualmente, se pueda permanecer libre de cualquier influencia ideológica; que, si no es de nuestra «oficialidad», será de otra.
Ocupar responsabilidades de dirección en medio de las difíciles coyunturas que ha venido atravesando el país no es tarea fácil, sobre todo si no se obvian las distancias entre los beneficios públicamente conocidos y reconocidos que trae aparejado el poder en cualquier lugar del mundo, y los rigores éticos, materiales y morales que le son inherentes a cualquier cargo estatal y político en Cuba. Lógicamente, al no ser posiciones atractivas económicamente o garantes de un tiempo libre deseado y reparador, no siempre las filas de los que «conducen» se nutren de los mejores entre los «a conducir».
Muchos de nuestros cuadros no son intelectuales afinados y eruditos en las materias más diversas, algunos carecen del hábito de lectura (que, hábito al fin, no se crea por indicaciones y decretos); otros, engullidos por las situaciones más apremiantes, se ven obligados a la urgencia por encima del sosegado razonamiento que habría traído mejores resultados; pero la realidad es que la gran mayoría busca soluciones a problemas engordados en ocasiones con la desidia de todos, incluso muchas veces inmensamente cercana a los que desde la comodidad de no haber querido aprender a nadar, califican a los «oficialistas» de nadadores imperfectos.
Mientras en algunos espacios el término de marras va hincando su pala en la zanja que desune y debilita, el enemigo se frota las manos, ávido de la pelea mezquina que nos ponga a combatir en dos bandos opuestos.
Publicado por: David Díaz Ríos / CubaSigueLaMarcha.blogspot.com / CubaEstrellaQueIlumina /
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