Por José F. González Curiel / Blog El Ágora del Yayabo / Universidad Sancti Spiritus
La postmodernidad occidental, a la que
pertenecemos en tiempo y espacio algunos pueblos de los mal llamados en vías de
desarrollo, impone modelos de diversa
índole muy apegados al mercado. La tenencia – de objetos, sobre todo- se ha
convertido en el patrón para medir triunfadores y perdedores, a la vez que se
convierte en finalidad de toda la actividad humana, fundamento de la felicidad.
Basta con buscar el héroe en cualquier creación artística y literaria,
donde una recogedora de café puede llegar
a ser en Colombia una importante
gerente de una compañía cafetalera o un
trotamundo brasileño pude fundar
un imperio a partir de su ineficiencia como guardaespaldas de un atípico
comerciante de diamantes.
Y esa es la cultura que nos invade, ajustada a
las necesidades y aspiraciones individuales en medio de la jungla de la
competencia, con patrones de triunfo acorde a lo que más se vende y donde el
que más vende y consume es, en términos absolutos, el triunfador. Esta condición ha tirado por décadas los
modos de pensar y actuar de las jóvenes generaciones de cubanos que por varios
factores, tienden a modificar los antiguos proyectos constructivistas
colectivistas en proyectos de triunfo al estilo individuado.
Hoy conviven en Cuba generaciones diferentes que miran su entorno y matizan su
comportamiento de manera también diferente. La generación más vieja, que vivió
el capitalismo hasta la década del 50 tiene
una visión heterogénea de su mundo real.
Para algunos el capitalismo en Cuba
significó la mejor manera de realizar sus aspiraciones de vida y la Revolución de 1959 fue una espina en la
garganta; para otros, enero de 1959 fue la salvación a tantos males no resueltos en la época de los muchos
partidos y de las supuestas elecciones libres. Esta generación, que ya va
cediendo su lugar a las siguientes, mira al pasado y lo compara con el
presente, pero le sobran años para pensar en el futuro. Los años en que vivió fueron tiempos de
fervor -por diferentes factores- en los que primaron intereses colectivistas,
lo cual tipificó el sentido de la vida de las mayorías.
La heroicidad se identificó con el
sacrificio en pos de la sociedad y con el cumplimiento de las normas morales,
políticas y jurídicas vigentes en la misma medida en que la vida económica
estabilizaba en lo micro y en lo macro.
Las generaciones intermedias, como la
mía, vivieron los años de “vacas gordas” del proyecto socialista y
tuvieron notables oportunidades. Y de pronto… el “período especial” con el que la sociedad comenzó su fragmentación
y comenzó a ser cada vez más heterogénea.
Los ya consolidados patrones de bien, heroicidad y sentido de la vida
comenzaron a transformar su esencia y se fueron ajustando a modelos
individuados y de subsistencia. Pero la ideología y la psicología de tres
décadas de mejoramientos continuos no se borran en unos pocos años y el
proyecto social se mantuvo con vida.
Las carencias económicas agudizadas en
los años 90 provocado ajustes en el
sentido de la vida de las mayorías. La participación en el proyecto social
colectivista y constructivista ha recesado y el sujeto se ha refugiado en su Yo, usando cualquier vía posible de
subsistencia y desarrollo, incluso al margen de las normas vigentes.
La propiedad social, consolidada
jurídicamente desde la década de 60,
se realizó solo en ese plano porque en el ideológico el Estado se siguió viendo como algo alieno al Yo, y por tanto, como propietario de la gran empresa socialista,
distante del ciudadano e ineficiente económicamente, incapaz de resolver todas
las necesidades sociales.
Si a esto se le añade las condiciones
de bloqueo- “embargo” a las que Estados Unidos sometió a este pequeño
archipiélago, la necesidad de reajustar las relaciones económicas
internacionales a partir del contextos concreto de cada década, los efectos de
las sucesivas crisis mundiales y otros muchos factores externos, se entiende
entonces la frustración de algunos que ven en la prosperidad económica la
manera única de ser felices y a partir de aquí las tendencias tan distintas de
apreciar y valorar la realidad del cubano.
Las jóvenes generaciones, que
despertaron al mundo en medio de las actuales circunstancias, aprecian en buena
medida a los años prósperos del socialismo como historia y nada más e
identifican el socialismo como un estado de carencias. La contradicción entre
las necesidades de los jóvenes y las posibilidades reales de su satisfacción
matiza el comportamiento ciudadano, que se aleja cada vez más del acostumbrado
en las generaciones educadoras.
Son tiempos distintos y seguir
haciendo lo mismo en materia de educación con sujetos que también son
distintos, sería condenarnos al fracaso.
Tenemos que ser capaces de formar ciudadanos activos en las
transformaciones que el país necesita, constructores de su propia realidad que
no vendrá en conserva de ningún país, ni de Rusia ni de Estados Unidos.
El conocimiento no se construye hoy igual que hace diez o veinte años y hemos de ajustarnos a
las nuevas realidades para lograr héroes bajo nuevos conceptos de triunfo.
El país cambia y no podrá ser de manera
cataclísmica. La esperanza no la podemos poner en hacer una nueva historia
olvidando la historia real vivida. En eso Hegel
es mejor que Obama, porque Obama nos conminó a olvidar la historia
y eso es cruel e injusto, yo prefiero a Hegel que decía: “Lo lógico es lo histórico rectificado.”
Aunque la novela brasileña guste, los cubanos
hace siglos que aprendimos que la bonanza no cae del cielo, que no solo de pan
vive el hombre, aunque hace falta el pan.
Debe cambiar la educación familiar, tan descalabrada con ideas paternalista y torcedora, aferradas a que los hijos “no deben pasar los trabajos de los padres” o con la tendencia a darlo todos a los hijos sin el más mínimo esfuerzo logrando así la manca formación de pichones parásitos de boca abierta.
Debe cambiar la educación familiar, tan descalabrada con ideas paternalista y torcedora, aferradas a que los hijos “no deben pasar los trabajos de los padres” o con la tendencia a darlo todos a los hijos sin el más mínimo esfuerzo logrando así la manca formación de pichones parásitos de boca abierta.
La educación estatal también debe
ajustar sus caminos, proceso que nunca terminará, donde los educadores puedan
consagrarse a partir de la posibilidad de vivir honorablemente con el resultado
de su trabajo y donde los modos de medir sus resultados dependan más de la
huella dejada en sus discípulos, más allá de la simple instrucción y más
apegada a la tradición pedagógica cubana del verdadero sentido educativo.
Las tantas instituciones sociales
encargadas también de influir en la educación de los sujetos deben reanalizar
sus roles y reajustar el camino sin sumarse como simples espectadores a la
fuerte invasión de la cultura que no necesitamos. No podemos seguir difundiendo
desde nosotros mismos la cultura de la chabacanería, del dinero, de las palabras
indignas o del individualismo. No puede avanzar más de los que lo ha hecho el
error de confundir lo popular con lo hiriente, lo indigno o lo egoísta. Los
cubanos no somos así por tradición.
El camino de la mejora no estará en
las minorías empoderadas bajo las nuevas circunstancias. La solución de las
necesidades que tiene el país no está en solo un fragmento de subsistencia de
la economía privada. La educación, la salud, la cultura, la seguridad social…
no se sostienen por un sector minoritario; en Cuba hay y habrá que seguir contando con los fondos sociales de
consumo y con la gran economía de tipo social. Eso nos lo enseñaron cuatro
siglos de colonia, medio siglo de capitalismo, medio siglo de socialismo y lo
que sucede en el mundo actual.
Nuestra esperanza no está en superhéroes
que traigan del más allá el camino a seguir para el crecimiento material y
espiritual de los cubanos, no está en unos pocos triunfadores que puedan
progresar en sus negocios particulares de pequeño y mediano formato, aunque eso
también puede ayudar; la verdadera esperanza está puesta “con todos y para el bien de todos” para que sigamos construyendo la
economía, la política, la ética, la jurídica… y el país que necesitamos para
vivir sin tener que “inventar”.
Y no será sobre ruinas como algunos sietemesinos sostienen; será sobre toda la gloria y el bienestar de siglos, aunque de algunas cosas estemos carentes.
http://agorayayabo.blogspot.com/2016/05/de-la-filosofia-del-triunfador-la-del.html
http://martianos.ning.com/profiles/blogs/de-la-filosof-a-del-triunfador-a-la-del-hacedor-consciente
Y no será sobre ruinas como algunos sietemesinos sostienen; será sobre toda la gloria y el bienestar de siglos, aunque de algunas cosas estemos carentes.
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Publicado por: David Díaz Ríos / CubaSigueLaMarcha.blogspot.com
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