Blog_CubaSigueLaMarcha

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miércoles, 23 de mayo de 2018

Cuba, Estados Unidos y una peligrosa guerra de símbolos



Guerra de símbolos / Por Yasel Toledo Garnache  


Una peligrosa guerra se libra actualmente en lo simbólico, en el terreno de las ideas y de la sicología. Las balas y bombas más efectivas suelen estar enmascaradas, alejadas de ruidos y grandes explosiones, pues pretenden socavar cimientos ideológicos, penetrar en las sensibilidades y circular como veneno en las mareas de los pueblos.
Por algunas de nuestras calles camina una bandera llena de estrellas. Va en blusas, pulóveres, licras, pañoletas en la cabeza, pinturas sobre las uñas, bicitaxis, ropa interior, zapatos, medias, sábanas… Algunos la llevan con orgullo, como parte de una moda en ciudades y zonas de la serranía.



Ese tipo de símbolo es mucho más que un dibujo o pedazo de tela. El intelectual Luis Toledo Sande lo dejó claro en su artículo Porque si está la bandera…, cuando expresó: «No, esa invasión no es un hecho banal en ningún momento. No es algo que merezca pasar inadvertido, sin ser objeto de atención por la ciudadanía en general… El espacio donde transcurren los hechos no es solamente físico, sino también histórico y cultural, político, ideológico. El despliegue, por todas partes, de la bandera de Estados Unidos no sucede hoy en abstracto».
Luego enfatizó en que si representa a un pueblo, merece respeto. Pero si es también, y aún nada lo niega, la de un imperio agresivo que desde su fragua como nación aspiró a someter a Cuba –y lo hizo a la fuerza desde 1898 hasta 1958–, de un imperio que sigue generando masacres en el mundo, no hay por qué asumirla con entusiasmo.
Verdaderamente, no existen elementos legales para regular el empleo de símbolos extranjeros; lo más importante es lograr que cada quien deje de emplearlos por conciencia, porque experimenta esa sensación indescriptible que impide llevarlos en el vestuario o de otra manera.

Pensemos por un momento qué sentirían Martí, Céspedes, Maceo, el Che y otros que tanto pelearon por una Cuba verdaderamente independiente, si vieran esa enseña pululando en el país, el mismo donde tanta sangre se derramó en busca del sueño de libertad, la misma nación donde hasta con machetes y púas se luchó contra potencias extranjeras.
Debemos comprender que esa enseña implica mucho más de lo aparente. Para algunos, puede traer recuerdos de tristezas, sangre y hasta muerte, imágenes de arrogancia y dolor. Yo jamás me pondría algo así. Sentiría que me quema la piel, el alma…, me duele cuando veo a otros, especialmente jóvenes y hasta niños, lucirla con cierta vanidad.
Diversos intelectuales, como Abel Prieto, actual ministro de Cultura, y el reconocido historiador Eusebio Leal Spengler, coinciden en denominar, en describir las artimañas de un imperialismo cultural, que también aprovecha las nuevas tecnologías y los espacios digitales, con iniciativas dirigidas especialmente a los jóvenes, para lacerar la cultura nacional, espada y escudo de la nación, como expresó Fidel Castro.
Fidel siempre tuvo mucha claridad sobre la importancia de los símbolos, las tradiciones y el orgullo colectivo de ser cubanos, como motores para vencer cualquier obstáculo y no dejarse engañar, con fidelidad a la tradición de combates y victorias de los nacidos en este archipiélago.
El Comandante en Jefe sabía que la única forma de construir una obra verdaderamente perdurable era favorecer la conformación de una identidad popular cada vez más sólida y defensora de la propia Revolución y sus conquistas, como corazón fuerte de un proyecto que aspira a la superación continua.
«…Con la fe de las almas austeras/ hoy sostengo con honda energía/ que no deben flotar dos banderas/ donde basta con una: ¡la mía!», escribió el poeta matancero Bonifacio Byrne, al regresar a Cuba y ver al símbolo extranjero en lo alto, luego de la Guerra de 1895. Aquellas estrellas ondeando fueron como golpes a su alma de hombre digno y amante de su país.

Algunos de quienes portan las citadas prendas son víctimas de «lo que está en boga» o de la necesidad, pues en ocasiones son regaladas; lo más favorable es convencerlos con argumentos y sensibilidad. Es preciso reconocer también que en el país se puede hacer mucho más a favor del afianzamiento de tradiciones y símbolos muy nuestros.
Varias personas consideran que nuestra bandera, la de la manigua y las guerras, los sacrificios y las muertes, los sueños y las conquistas, no debiera estar en prendas –aunque ya la encontramos en algunas–, y es comprensible.
Existen otras opciones como la imagen del Che, bastante difundida en telas y otros materiales, pero que resultan demasiado caros para la mayoría.
En algunos lugares, las gorras y trajes de los equipos de béisbol ya pueden ser catalogados de esa manera (símbolos), asociados al triunfo y la alegría.
Ojalá fuera posible comercializar a precios muy bajos, pulóveres y otras ropas con la palabra Cuba o los nombres de las provincias e, incluso, de los municipios. También vender mochilas y otros objetos para niños con ilustraciones de Elpidio Valdés, María Silvia, Chuncha, pues actualmente predominan las de animados extranjeros.
Las iniciativas en este sentido deben ser constantes. Las mayores guerras en la actualidad son simbólicas, y pueden complejizarse más en el futuro, por eso la pertinencia de dar pasos seguros y con el encanto de lo natural y creativo. La calidad de la enseñanza de la Historia vuelve a levantarse como elemento fundamental.
El amor a los símbolos nacionales, la conciencia del pasado y presente,  la unidad, la alegría colectiva, los avances y la cubanía, entendida como mezcla de sensaciones, orgullo y resistencia, constituirán escudos esenciales siempre.

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