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viernes, 30 de junio de 2017

Trump: Enemigo público número uno


Enemigo público número uno / Gisselle Morales / Cuba profunda / Escambray

 

Sobre Donald Trump, ni una palabra más. Ya bastante me recondené con el circo que montó el pasado viernes, un espectáculo de pésimo gusto que solo sirvió para ponerle de nuevo el tete en la boca a Marco Rubio después de que Obama ignorara sus perretas olímpicamente.
 
Marco Rubio, que se las da de experto del sentir de los cubanos sin haber puesto jamás un pie en la isla y sin escuchar más cuentos que los de la Brigada 2506, devuelta a suelo americano a cambio de un cargamento de compotas; el tal Marco, cuya virilidad fue cuestionada durante las primarias del Partido Republicano por ese guapetón de orilla que fue y sigue siendo Trump, es hoy el principal asesor del presidente para sus relaciones con Cuba. 



Más bien, para la retranca de sus relaciones con Cuba, que es precisamente ese estado de eterna tensión lo que más conviene a los bolsillos de ciertas facciones del exilio cubano.


La del teatro Manuel Artime en Miami fue apenas una puesta en escena, más digna de un sheriff del Oeste que del mandatario de una nación civilizada, un performance patético en el que Trump posó de emperador romano y, aupado por cuatro gatos trasnochados, bajó el pulgar para el acuerdo que la administración de Obama había alcanzado con La Habana. 

 “Back to old politics”, quiso decir; unas políticas enquistadas en el pasado que dieron menos aceite que un ladrillo.


Excepto el tono del discurso y el lenguaje corporal —que tratándose de Trump nunca son agradables—, muy poco modificó en la concreta:

no cerró la embajada en Cuba ni rompió relaciones diplomáticas; 
no incluyó nuevamente a la isla en la lista de naciones que patrocinan el terrorismo;
no restableció la política de pies secos/pies mojados; 
mantuvo los acuerdos migratorios y la posibilidad de que las entidades estadounidenses puedan desarrollar vínculos con el sector privado en la nación antillana;
no estableció límites a las remesas ni a los viajes que los cubanos residentes en Estados Unidos quieran dar a la isla.

Reafirmó que le ajustará las tuercas al bloqueo —como si el propio Obama no lo hubiera hecho ya mientras pretendía eliminarlo de a poco—; limitará las visitas de estadounidenses a Cuba con fines educativos no académicos, que deberán ser en grupo; cancelará de a cuajo el viaje individual autodirigido y, lo que Trump considera la guinda del pastel: prohibirá las actividades económicas con empresas vinculadas a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Esta última medida la toma con especial ensañamiento, dice que para que el dinero de los contribuyentes no vaya a parar al gobierno de Cuba. Como si el dinero con el que los contribuyentes norteamericanos pagan en un hostal privado o en un paladar no llegara por cualquier vía al presupuesto de Estado cubano, ya sea por concepto de impuestos —no sé si a Donald le contaron que en Cuba tenemos un aparato fiscal— o porque los propios dueños de hostales o paladares terminen comprando en las shoppings del Estado. Que son —alguien debería explicárselo— gestionadas por el grupo de administración empresarial (GAE) de las FAR. Mal asesorado que está…


Del show de Trump lo que más indigna es no poder forzarlo a escuchar los argumentos y las historias —ya que necesita historias personales para aderezar el show— de los cubanos que han mantenido este país a flote durante las mismas décadas que sus predecesores en la Casa Blanca jugaron a apretar y aflojar el nudo del bloqueo, un estira y encoge que siempre fue más encoge; lo que realmente mortifica es que un millonario misógino pretenda darnos lecciones de moral.

Un millonario misógino que no sabe elegir sus paradigmas. Porque, a ver, si el presidente americano hubiera referenciado a Martí o Maceo o a Henry Reeve; si hubiera salpimentado su speech con alusiones más o menos descontextualizadas a las relaciones de fraternidad entre ambos pueblos, se le hubiese podido perdonar.

Pero no. Los héroes de Trump —¿o debería decir de Marco Rubio?— son Berta Soler, que ha sido cuestionada por la propia organización que lidera por meterle mano al salario de las otras Damas de Blanco; Marta Beatriz Roque, estrella de la farsa conocida como “la huelga del aguacate”; José Daniel Ferrer, que le escribió una carta al presidente de una nación extranjera para que interviniera en su propio país y calificó a Estados Unidos como el mejor amigo del pueblo cubano y el primer defensor de la libertad y la democracia en el planeta. Es comprensible que sean los héroes de Trump, siendo como son los paladines de una anexión que ya ni siquiera enmascaran

Más que la retórica nauseabunda de Trump, toda una “joyita” de la oratoria, fue el violinista quien me hizo poner Mute al televisor, y eso que entonces yo no sabía que Luis Haza, el tremendísimo “talento” que presentó el magnate norteamericano para no perder la costumbre de sus realities, era hijo de uno de los asesinos de Frank País.

Desde que puso la primera nota en las cuerdas de su violín comprendí que aquella melodía no era La bayamesa ni La guantanamera, composiciones-símbolo de la cultura cubana, sino The Star Spangled Banner, el himno de los Estados Unidos de América. Gesto servil donde los haya.

Pero me prometí, para cuidar mi hígado, que no me recondenaría más con Donald Trump y compañía, porque no se puede tomar demasiado en serio a un gatillo caliente que publica en Twitter lo primero que le pasa por la cabeza y que tiene la sutileza y el carisma de un orangután.

¿Indignada con el circo del Artime? Sí. Sorprendida, no; porque a la legua se veía venir que Trump regresaría las negociaciones a la época de las cavernas. 

-¿Cómo esperar otra cosa de un mandatario sin noción alguna de diplomacia que ha inclinado siempre la balanza hacia el lado reaccionario?

-¿Cómo confiar en el sentido común de quien sacó a Estados Unidos del Acuerdo de París y sostiene en público que el cambio climático es un invento de los chinos?

A golpe de bravuconadas y condicionamientos, ahora mismo Donald Trump le ha prestado un invaluable servicio al gobierno que pretende sancionar: ha creado un enemigo común, un personaje esperpéntico y risible contra el que dirigir todas las ofensas que por respeto no le fueron dichas a Obama y que habían quedado allí, en suspenso, esperando otro Bush u otro Nixon para maldecir.

Ahora mismo Donald Trump ha conseguido que ese enemigo público número uno sea él.

Fuentes:

https://cubaprofunda.wordpress.com/2017/06/21/enemigo-publico-numero-uno/

http://www.escambray.cu/2017/enemigo-publico-numero-uno/


Publicado por: David Díaz Ríos CubaSigueLaMarcha.blogspot.com

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