Contrapunteo cabaiguanense entre lo estatal y lo particular / Por José F. González Curiel, Profesor de Filosofía / Universidad de Sancti Spíritus "José Martí Pérez" / Intranet UNISS
Una mañana de domingo cualquiera,
caminando la feria en Cabaiguán con el fin de garantizar el sustento
semanal, un grupo de coterráneos coincide en una tertulia clásica sobre
una amenaza real convertida en tendencia no solo de domingo, que como
tormenta tropical enseña ya sus efectos y necesita de un buen plan para
que no se lacere el noble fin del proyecto socialista.
Las transformaciones en el modelo
económico cubano, buscando la eficiencia necesaria, han rozado con
mecanismos mellados de la historia, dejando en alguna medida al libre
mercado y a la ley de oferta - demanda cualquier tipo de estímulo a la
producción y los servicios.
Si bien es cierto que la macroeconomía
sigue siendo socialista y con ella se garantizan muchas necesidades
desde los fondos sociales de consumo que a tantas personas beneficia,
también hay que reconocer que la mayor parte de las necesidades
cotidianas de la familia se resuelven por las figuras no estatales que
han florecido a partir de la estimulación del trabajo individual y de
pequeñas cooperativas.
Dentro de las anomalías estructurales y
funcionales que aún conserva nuestro modelo económico socialista están
el limitado respaldo de producciones y servicios que garanticen la
rebaja de los precios, el restablecimiento del valor del dinero y el
estímulo del salario en los sectores aún no beneficiados con
incrementos. También conspira la inexistencia de mercados de
aprovisionamientos que respalden los suministros a la creciente
actividad no estatal, así como la inexistencia de precios mayoristas
ventajosos para este sector.
La mayoría de las actuales generaciones
de cubanos nacieron bajo el socialismo y dan por derechos de cuna
algunos que, en otras partes del mundo, son aspiraciones no conquistadas
por los ciudadanos, como la educación, la salud, la cultura, la
seguridad social, la asistencia social y otros muchos.
En la conciencia de la mayoría de los
compatriotas, lo que ha ocurrido en el último quinquenio no va más allá
del incremento de los precios, tanto en el sector particular como en el
estatal, la pérdida de los productos en los mercados estatales, la
pérdida de los espacios donde antes se resolvían necesidades básicas con
una menor cantidad de recursos financieros al ser arrendados por
cooperativas o cuentapropistas y, lo más peligroso, el desentendimiento
por parte de las autoridades de los mecanismos que antaño regulaban la
dinámica social de manera socialista y colectivista.
Por las estadísticas que manejan las
estructuras globales de la economía, y que se difunden en los medios
nacionales, es imposible entender el desbalance tan grande que existe
entre los mercados estatales y los mercados particulares en el país, la
provincia, pero sobre todo, los municipios y las comunidades.
Tarimas vacías, poca presencia de
productos, poca variedad en las ofertas, productos de tercera, cuarta y
quinta categoría de calidad y dependientes semiempleados son los matices
de la cara más oscura del mercado estatal actual, sobre todo en materia
de comercio, gastronomía y productos del agro, con más fuerza en los
municipios donde, a todas luces, no han llegado los aires renovadores de
la capital y de algunas capitales de provincias.
(La Carpa Roja a media mañana del domingo de feria)
Y si las estadísticas reflejan una
ligera recuperación de las producciones agropecuarias, ¿cómo se entiende
entonces que existan estos desbalances en la oferta, la calidad y la
presencia de los productos? Tienen que ser los mecanismos de
administración y distribución los que dejan a simples móviles
mercantilistas lo que en el socialismo en un deber de sus instituciones.
Los Lineamientos de la Política
Económica y Social del Partido y la Revolución, así como los mecanismos
de su implementación, tienen que ser lo suficientemente dinámicos y
clarividentes para poder rectificar constantemente, más si se trata de
fórmulas ya probadas en la historia y que no han dado los resultados
suficientes para una nueva sociedad más justa y equitativa.
Es por ello que las brechas que se han
profundizado en la sociedad cubana actual en niveles de ingresos y
calidad de vida tienen que ser corregidas de inmediato para que el
Socialismo no se quede solo como fundamento de la macroeconomía. El
Socialismo tiene que estar en la casa, en el bolsillo y en la mesa de
todos los cubanos, amén de que siempre tendrán que existir diferencias
en el plano social a partir de la propia diferencia en el aporte
individual a la sociedad socialista.
(El peligro para la conciencia común de asociar nuestras consignas, colores y símbolos con lugares vacíos e ineficientes)
Duele ver cómo un anciano pasa por “La Carpa Roja”,
en Cabaiguán y se la encuentra llena de consignas y banderas pero vacía
de productos, con los dependientes recostados al mostrador a media
mañana del domingo de feria, y que tenga que seguir por las carretas
que llegaron de las CCS, UBPC y las CPA donde solo queda plátano burro,
para terminar preguntando a un carretillero particular el precio de la
malanga, vital para su dieta, y escuchar un “a diez pesos la libra” y
dejarla, sabiendo lo mucho que la necesita.
¿Será entonces un problema de producción
o de administración? La regulación no siempre es contraria a la
estimulación de la producción. Las autoridades no pueden seguir
asumiendo de medio lado los incumplimientos en las entregas por parte
de los productores, ni la baja calidad de estas entregas para mandar
para otras provincias o poner en manos de los intermediarios las mejores
y más grandes producciones.
De lo contrario los lineamientos de la
actual política de desarrollo económico y social seguirán siendo, a la
vista del ciudadano, simples circunstancias lejanas para un Estado tan
lejano como sus propias circunstancias, y con ellos se irá perdiendo el
nervio socialista de la conciencia cotidiana. Cesará entonces, de manera
progresiva, el respaldo de las mayorías a un proyecto social cuyas
soluciones se le hacen cada vez más lejanas. Rectificar en favor de las
mayorías es el mejor aporte que los cuerpos administrativos,
legislativos y políticos pueden hacer hoy a la continuidad de la
Revolución y para que el Socialismo próspero y sostenible sea más que
una aspiración.
Las consignas que se leen en las paredes de “La Carpa Roja”
tienen que estar al alcance de las grandes mayorías porque, de lo
contrario, ellas: nuestra bandera colocada en la misma entrada y el
color rojo que lleva el nombre del mercado, pueden tener asociación con
fenómenos contarios al bien común y al espíritu socialista, más si para
vivir una semana tienes que –como dijo un buen amigo - “morir, con los
particulares, en la jungla de la feria”.
(En la feria, “la otra cara de la luna”)
Nota: Las fotos son cortesía del autor.
http://agorayayabo.blogspot.com/2017/06/contrapunteo-cabaiguanense-entre-lo.html
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Publicado por: David Díaz Ríos / CubaSigueLaMarcha.blogspot.com
Arturo Manuel:
ResponderBorrarCLIENTES
La voz “cliente” significa en latín obedecer, inclinar, y con ella se designaba, gráficamente, en Roma a individuos libres que se colocaban bajo la protección de un ciudadano.
De acuerdo con algunos romanistas, el origen de los clientes se remonta a Rómulo, uno de los fundadores de Roma.
Lo cierto es que el cliente se obligaba a dar alimentos a su patrono, a pagar sus deudas, a contribuir en la dote de la hija casamentera de este, y aún, a rescatarle si era cautivo de sus raptores.
Por su parte, el patrono tenía el deber de defender a sus clientes ante los magistrados y proporcionarles tierras para su cultivo y sustento.
La condición de cliente era perpetua y hereditaria; se forjaban así, duraderos lazos entre patrono y clientes.
Tan elevado grado de compromiso se establecía entre las partes, que la Tabla VII, “De los delitos”, en su numeral 11 apuntaba que “si el patrono comete fraude contra el cliente, sea sacrificado a los dioses”.
En nuestros días, el concepto de cliente ha derivado hacia la identificación de una persona que utiliza los servicios de otra; no obstante, perduran los derechos y deberes entre las partes contratantes, vale decir, vendedores y clientes.
Tanto en unos como en otros, el homo lupino cubensii ha sabido reencarnar; solo le separa la posición que ocupa en relación con el mostrador de la tienda o de la carretilla de ventas: si está detrás de ellos, son patronos-vendedores; si por delante, clientes-compradores.
A pesar del antagonismo de posiciones, tienen en común el potencial engaño del uno para con el otro.
Los primeros suben los precios de los artículos en venta; los segundos, inquieren por rebajas.
Ambos se equivocan (¡a su favor, por supuesto!) a la hora de pesar y medir las mercancías en liza; mucho más es el equívoco en el minuto de pagar: el cliente no tiene dinero suficiente para la compra; el vendedor yerra en el vuelto, o simplemente, no lo da.
Los patronos-vendedores se atrincheran junto a sus precios, sin rebajarlos en modo alguno, y todos a uno, solidariamente, como los legendarios mosqueteros del rey francés, los mantienen a ultranza, aunque se pudran sus productos. Alguno que otro, a hurtadillas de sus colegas, por temor a la represalia colectiva, cede en sus precios y rebaja un tanto para el de bolsillos maltrechos.
Si las operaciones mercantiles se desplazan hacia el ámbito de influencia de la circulación de monedas duras, las reglas cambian en la relación contractual en la proporción de veinticinco a uno.
Aquí no existen rebajas de precios, salvo en contadas ocasiones, pero sí se aprecia una tendencia sostenida al alza abrupta; no obstante, le distingue la baja calidad de sus confecciones (¡al menos es un descenso!), razón por la que el bolsillo precario del cliente se resiente aún más.
Las reglas de protección al consumidor se enarbolan y engalanan centros comerciales, pero de lo dicho al hecho, va un trecho, devenido en vía crucis.
No basta con ellas: el cliente tiene siempre la razón. Así reza en un refrán.
¡Menos mal que el panteón romano no existe; si no, estarían ahítos sus dioses de tantos sacrificados!