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lunes, 5 de septiembre de 2016

Bernie Sanders: ¿Comunismo en Estados Unidos?

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Por José F. González Curiel / Blog El Ágora del Yayabo
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Las polémicas inherentes a la actual campaña presidencial en los Estados Unidos, con sus defectos y virtudes, han despertado de nuevo el debate en torno a términos tan llevados y traídos por las diferentes tendencias políticas a nivel mundial, como son los de comunismo y socialismo, a partir de su postura calificada por muchos como izquierdista y por otros más severos como comunista.
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Las lecciones que la historia nos brinda en su constante rectificación demuestran que el desarrollo social no se detiene y que unos regímenes son sustituidos por otros más avanzados de siglos en siglos. Este es un proceso muy largo para que simples acontecimientos de una o varias décadas hagan parir constantemente cambios de cualidades en los sistemas sociales. No es lo mismo evolución que revolución. Los cambios de épocas son procesos más complejos y universales que sacuden toda la esencia de un sistema social y lo sustituyen por otro.

La comunidad primitiva duró miles de veces más que lo que cualquier humano alcance a vivir, el esclavismo señoreó a escala universal por más de una decena de siglos hasta la caída del imperio romano, sin embargo Platón escribió su República ideal en un libro homónimo. La época medieval se extendió del siglo V  al XIV de nuestra era y tuvo en “La Ciudad de Dios”, de San Agustín, la idea de una sociedad a imagen y semejanza de su época, en contradicción con la ciudad de los hombres, imperfecta.  La modernidad cambió todo en pos del progreso, como siempre pasa en la historia y vio reflejados sus ideales en tantas y tantas obras, como en “La Nueva Atlántida”, de Bacon, entre otras muchas que le siguieron.

Las contradicciones que se manifiestan en la propia génesis del capitalismo monopolista desde el siglo XIX hicieron dudar de la perfección del sistema y el espíritu de época mostró enseguida sus conceptos de crisis, no solo en la política como fueron las ideas de los llamados socialistas utópicos. También en toda la cultura generacional floreció el reconocimiento del caos y las debilidades, como luego en el Zaratustra de Nietzsche, o en el callejón sin salida de Kafka. 
  
La existencia de dueños y desposeídos, la explotación capitalista del obrero, el crecimiento de la población mundial a ritmos más altos que las posibilidades de empleo o de formas de subsistencia decorosas para el ser humano, la direccionalidad de las ganancias capitalistas y las diferencias que genera, entre otras muchas contradicciones, provocaron una pronta mirada de muchos hacia el capitalismo como una estación de tránsito en la historia, pasajera por sus injusticias consustanciales, muy a diferencia de sus propios ideólogos, que desde sus propias gradas la han hecho ver como la sociedad perfecta o el “fin de la historia”.

Desde la propia ideología alemana surgió a mediados de la década de 1840 la idea de otra sociedad distinta, cualitativamente superior al capitalismo, a la que sus hacedores le llamaron “comunismo”. Fueron Marx y Engels, satanizados por muchos injustamente, los que a partir de un estudio profundo del capitalismo como cualidad en sistema y sus contradicciones, llegaron a la conclusión de que el mundo aún no había llegado a su última estación.

En una obra escrita de manera conjunta en 1845, llegaron a la conclusión de que la contradicción entre las fuerzas productivas y el conjunto de las relaciones de producción es la génesis del desarrollo social en toda la historia de las civilizaciones humanas, motivo por el cual una “formación económico social”, con su “modo de producción” ha sido suplantada por otra de manera continua en el devenir humano. A todo esto le sumaron el condicionamiento político, con las contradicciones de clases, las luchas sociales, las revoluciones sociales, el papel de la cultura y la conciencia. Concibieron así su teoría sobre el comunismo, olvidada en alguna  medida con posterioridad hasta por los propios marxistas.

Nunca el cambio de sistema  económico y social se ha dado por defecto del desarrollo del régimen anterior, muy por el contrario, el salto se da por acumulación del desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción que le anteceden. El capitalismo se consolidó como consecuencia de un proceso de cambios en las maneras de producir en Europa Occidental, y como consecuencia en la ideología de la naciente burguesía. Fueron las revoluciones de Holanda (Países Bajos), Inglaterra y Francia las que sacaron del escenario económico y político a las viejas monarquías y liberaron no solo las relaciones de producción, sino también a todo el pensamiento de la modernidad, no sin que tuvieran gran resistencia por parte de las fuerzas retrógradas del poder monárquico.

Lógico entender, entonces, que si en la historia siempre este salto se ha dado en los países más desarrollados y como “proceso histórico universal”, el comunismo no tiene que ser la excepción, porque para Marx y Engels, el comunismo no es un estado que ha de implantarse, no es un ideal al que hay que sujetar la realidad; ellos llaman comunismo al “proceso real que anula y supera el estado de cosas actual”. Estas citas contenidas en el epígrafe “historia” del primer capítulo de “La ideología alemana” están dentro de las lagunas no sistematizadas por el marxismo en los siglos XX y XXI.

De no darse como proceso histórico universal, como cambio de una época en otra y bajo las condiciones de desarrollo, dicen más adelante los autores, “el comunismo solo llegará a existir como comunismo local”, como “simple circunstancia supersticiosa de puertas adentro”; se hará insostenible y todo intento de ampliación solo “acabará con el comunismo local”.

Las experiencias de la revolución que hizo nacer a la Unión Soviética propiciaron a Lenin teorizar acerca de la posibilidad de construir el socialismo en un solo país, a los que Stalin llamó “el eslabón más débil de la cadena imperialista”. Lenin y sus seguidores se apoyaron en el concepto de situación revolucionaria y construyeron el socialismo desde las relaciones feudales rusas, fabricando capitalismo ocasional con la dualidad de poderes y estableciendo luego una nueva política económica y social sobre la base de la socialización de los medios y las relaciones de producción.

La lucha contra el fascismo hasta mediados de los años 40 del siglo XX impuso con la fuerza de los tanques del Ejército Rojo un modelo que muy mal se le ha llamado “socialismo real”, entendible el término solamente si se tiene en cuenta que fue el que se tuvo en aquella realidad concreta, que por muchas razones ya sabidas se derrumbó como un merengue a principio de los años 90, pero que fue un intento de cambio.

Los países que quedaron en pie se mantuvieron sobre la base de reformas económicas y sociales. Las experiencias de China, Viet Nam, Corea, Cuba, con base social de apoyo al sistema, han logrado mantener -con sus peculiaridades-  el socialismo como forma de distribuir fondos sociales de consumo y mantener programas sociales en beneficio del hombre, con sus defectos y virtudes. 

En materia de desarrollo capitalista, el siglo XIX vio la llegada de una nueva fase en su desarrollo y con ella la profundización de la acumulación y las diferencias sociales, no solo entre personas, sino también entre instituciones, regiones, países y continentes. Esas diferencias cada vez más grandes son generadoras de crisis, como también lo son la tendencia especulativa de los flujos financieros, las migraciones de capitales, la sustitución de mano de obra por tecnologías, el crecimiento de la guerra de los poderosos contra los países más pobres, los conflictos regionales, los problemas ambientales, las epidemias, los problemas alimentarios, las grandes migraciones y otros muchos que el capitalismo no ha logrado resolver ni podrá. Por eso las crisis generales del sistema o las crisis parciales (inmobiliarias, financieras, etc.) y crisis locales se suceden con más frecuencia y con más duración, como el caso de la del 2008 hasta la actualidad.

La supuesta teoría del “fin de la historia” voló en pedazos en los últimos años. El capitalismo no es la última estación del tren ni la sociedad perfecta; es más bien un sistema consolidado que aún no ha agotado sus posibilidades de desarrollo y defensa, pero sus vulnerabilidades y contradicciones harán brotar con más fuerzas cada vez proyectos alternativos en dos direcciones:

Primero: desde las posturas de los pobres de este mundo, los pueblos del sur subdesarrolado, a los que equivocadamente algunos le ponen el cosmético término de “países en vías de desarrollo”, que sufren las consecuencias de siglos de saqueo y tendrán que acudir a ideas como las  del “socialismo del siglo XXI”, “las revoluciones ciudadanas” u otras tantas que mitiguen lo que el capitalismo no ha podido resolver, aunque solo existan como fenómenos locales y sean, a decir también de Marx y Engels, “circunstancia supersticiosa de puertas adentro”.

Los cambios no caen del cielo y no siempre los pueblos y sus líderes están dispuestos a esperar las condiciones de agotamiento de las relaciones de producción capitalistas desarrolladas. El camino hay que construirlo con sangre, forja, victorias y derrotas,  como se fundó el capitalismo en todas partes del mudo.

Segundo: desde las posturas de los que desde el capitalismo desarrollado se dan cuenta de las carencias del sistema y proponen un proyecto de cambio. Claro está que esos cambios no se dan de una vez ni propiciarán de pronto un nuevo sistema. Muchos han sido los políticos que en este mundo proponen plataformas alternativas a la dinámica tradicional de cualquier país, región, incluso al tan cuestionado “orden mundial”.  
Bernie Sanders
El status predominante dentro del imperialismo no permite cambios cataclísmicos, pero cada vez más se piensa en cómo resolver los profundos problemas desde otra perspectiva y cómo la fortaleza de los Estados se usa para distribuir mejor las riquezas sociales, pero por mucho tiempo la política la manejarán los que manejan el dinero. Por eso los programas electorales más atrevidos y cambiantes como los de Bernie Sanders no triunfan, porque el “ciudadano político” aún no se atreve a cambiar lo que le ha funcionado por mucho tiempo y menos si se bautizan con términos prejuiciados como izquierdista o socialista.

En el caso de Estados Unidos, las campañas electorales son radiografías de los óranos sanos y de las tumoraciones del sistema. Los intentos de muchos candidatos para mitigar las debilidades en materia de acumulación de las riquezas, la violencia, la drogadicción, los problemas migratorios, el racismo, el empleo pleno, el acceso pleno a la salud, los efectos no deseados de sus guerras por el mundo, entre otras cuestiones sensibles, tendrán que ir modificando los cánones que hasta hoy han movido las cuerdas políticas en la mayor potencia del mundo.

Este ejercicio por décadas no agota la cualidad del sistema, pero por siglos sí. Llegará un momento en que a las relaciones políticas les serán insoportables las actuales relaciones de producción así como la propia dinámica superestructural.  Vendrán otros tipos de cambios, no importa cómo le llamen.
Si entendemos el comunismo como “proceso real que anula y supera el estado de cosas actual”, todo proceso que se haga en cualquier parte del mundo para resolver los tantos y tan profundos problemas globales de la actualidad será entonces comunismo, no entendido como un punto al que se llega, sino como proceso continuo.

Los cambios propuestos por candidatos norteamericanos o de cualquier parte del mundo no son entendidos por la comunidad de estudiosos y políticos como socialistas o comunistas pues no tienen como fundamento el predominio de las relaciones de propiedad social sobre la privada, se limitan a proponer mejorías dentro de la misma cualidad, pero sí son parte de ese camino que desde dentro reconoce la necesidad del cambio del estado de cosas actual. ¿Son comunistas entonces?

Vendría muy bien aquella reflexión martiana al afrontar la crítica que Spencer hacía de la idea socialista en un trabajo titulado “La futura esclavitud” y luego de exponer de manera balanceada defectos y virtudes de lo que nuestro Apóstol conoció de este  sistema: “ ¡Yerra, pero consuela, que el que consuela nunca yerra!”   


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