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viernes, 6 de octubre de 2017

Trump: Los gestos del desprecio



Profesor José Francisco Echemendía Gallego / Universidad de Sancti Spíritus / Intranet UNISS




En los tiempos que vivimos en nuestra “contaminada y única nave espacial”, como ha calificado a nuestro planeta el periodista y conductor de  televisión Walter Martínez, son más frecuentes, más intensos y catastróficos los fenómenos naturales que afectan a la humanidad en cualquier latitud; casi todos ellos signados por un denominador común: el cambio climático.
También contribuye a que todo se conozca, y de qué manera, por el desarrollo tecnológico alcanzado en las comunicaciones a nivel global; en consonancia, los que habitamos este mundo nos dolemos ante las desgracias de otros, aun cuando vivan muy distantes, hablen otra lengua y tengan otra cultura; nos solidarizamos, estamos pendientes de cómo marchan las cosas, de cuánta ayuda reciben; y hasta si podemos colaborar de alguna manera. Todo eso ha ido condicionando una actitud, una manera de enfrentar estos hechos y de evaluar las posiciones que los gobiernos, organizaciones, gobernantes y políticos asumen ante ellos.
Este ejercicio ha sido ampliamente practicado en los últimos dos meses en toda la región del Caribe, parte de Centroamérica y Estados Unidos, con la presencia de 4 huracanes, tres de ellos de gran intensidad, y dos terremotos en México. En la mayoría de los estados afectados los daños causados han sido de gran consideración, valoradas en miles de millones de dólares las pérdidas económicas, y el costo invaluable de cerca de 400 vidas humanas.
En la mayoría de los estados insulares del Caribe la situación se presenta crítica, aun cuando la solidaridad de muchos gobiernos y pueblos se ha puesto de manifiesto. El caso de Puerto Rico, azotado despiadadamente por el huracán María es elocuente, la llamada “Isla del encanto” fue literalmente devastada por un fenómeno natural que agudizó hasta extremos insospechados lo que ya venía haciendo la “tormenta” económica que viven los boricuas desde hace algunos años.
La isla, con una deuda de cerca de 73 mil millones de dólares, este año se declaró en quiebra, por lo que el gobierno del Estado Libre Asociado carece de fondos para enfrentar los efectos de la catástrofe, y por ello, desde el momento en que se sabía inevitable el impacto del huracán, su gobernador Ricardo Rosselló Nevares comenzó a solicitar ayuda al gobierno federal de los EE.UU., actitud que imitó inmediatamente la alcaldesa de San Juan Carmen Yolín Cruz, quien además fue muy crítica con el presidente Trump por la demora de la ayuda.
El presidente norteamericano, haciendo gala de su excelente escala de prioridades, anunció el 26 de septiembre que visitaría la isla para el martes 3 de octubre, nada más y nada menos que trece días después del paso del meteoro. Pero lo peor de todo, desde mi punto de vista, fue la postura asumida por el mandatario, que dice exactamente el lugar que ocupan los puertorriqueños en la mente y el corazón de la élite gobernante en EE.UU.; basten los siguientes ejemplos:
  • Minimizó la magnitud del desastre al compararla con lo ocurrido en Nueva Orleans cuando el huracán Katrina en 2005, al decir: “Cada muerte es un horror, pero si miramos una verdadera catástrofe como Katrina y nos fijamos en los cientos y cientos de personas que murieron y lo que pasó aquí con una tormenta que fue totalmente imponente… ¿Cuántos muertos tienen ustedes? Dieciséis contra miles”.
  • Declaró además: “Odio decirlo, Puerto Rico, pero ustedes dejaron nuestro presupuesto un poco fuera de control porque hemos gastado mucho dinero en Puerto Rico. Y eso está bien, hemos salvado muchas vidas”, y poco después en un intercambio con militares expresó: “Increíble trabajo. Tan increíble que estamos ordenando cientos de millones de dólares de nuevos aviones para la Fuerza Aérea, especialmente F-35”.
  • El gesto despreciativo, casi burlesco y ofensivo al lanzar a los presentes paquetes de papel higiénico como si fueran pelotas de baloncesto (lo más lamentable es que en las fotos se puede ver a algunos ciudadanos que, como decimos por acá, “le ríen la gracia”; claro esos no son los de Yabucoa, Guayamas, Isabela o Aguadilla.
Si mi abuelo hubiera estado vivo, de seguro le hubiera escuchado decir: “Vivir para ver”.

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